Llevaba ya 33 km en las piernas, cuando Jon me comentó que si quería acabar la carrera en 3h05' iba a tener que aumentar el ritmo, pero que lo hiciera a partir del kilómetro 37, nunca antes, para evitar un desfallecimiento. Yo debía esperar su señal, pero no iba a llegar; y es que, pasando por el 36, calculamos que a 4'20'' el kilómetro mi tiempo en meta rondaria las 3h06', MMP, pero lejos de mi objetivo. Tras comentarlo con Javi, su compañero, Jon decidió hacerme de "liebre" durante los kilómetros finales, a fin de que pudiera acabar la carrera por debajo de 3h05'; acepté sin dudar su propuesta, a pesar de avisarme que íbamos a tener que hacer unos 4'15'' por kilómetro y todo esto con el isquiotibial derecho dándome algún que otro aviso. Voy a intentarlo, le dije y hasta donde llegue; al dar el último giro, Jon empezó a acelerar y me fui tras el, me dijo que no hablara y que corriera con todas mis fuerzas; empezaban los cinco kilómetros más apasionantes de mis trece maratones.
Pero ¿que pasó hasta entonces?, os preguntareis. Claro, debo comenzar por el principio, cuando sonó el despertador de mi teléfono alrededor de las 8 de la mañana; había dormido bien, teniendo en cuenta que la hora de comienzo era un tanto atípica, las 12 de la mañana. Desayuné con Marisa y volví a la habitación para preparar todo y tumbarme otro rato para concentrarme en la carrera que estaba a punto de comenzar. Tras cuatro días de turismo, no las tenía todas conmigo; mis piernas no parecían frescas tras las visitas y el día había amanecido lluvioso y desapacible, con mucho viento. Además, el circuito había sido modificado a última hora y constaba de 4 vueltas de 10 km, que rollo. Pero quejarse no sirve para nada y tras un verano de duro entrenamiento había que demostrar que el esfuerzo había valido la pena y que, como ya adelanté en este blog, estaba como un tiro. Así que me puse mi equipación de España, me calcé mis Aegis y bajé al hall del hotel, donde mis amigos y yo nos hicimos unos fotos antes de salir hacia la batalla en metro.
En veinte minutos me planté en la salida, donde seguía lloviendo y hacía frío; la catedral de San Basilio era testigo de excepción de los últimos preparativos de la salida, de los calentamientos de los participantes... por fin se respiraba ambiente de atletismo y empezaron a entrarme los nervios típicos y mis dudas iban a más. Me quité la ropa de abrigo y tras embadurnarme de vaselina, guardar los geles y ajustarme bien las zapatillas, me puse a calentar; un calentamiento suave, para entrar un poco en calor, porque lo que me quedaba por delante no exige un desgaste previo.
Me fui a la salida con cinco minutos de antelación y aunque pretendía colocarme adelante, me encontré con unos españoles de El Escorial y me puse hablar con ellos, como no, de manera que me quedé rezagado y cuando sonó el pistoletazo de salida me puse a correr y a adelantar a numerosos corredores lentos, niños incluidos, que participaban en la carrera de 10 Km. Por suerte, pude colarme por una amplia acera lateral y mi retraso no fue excesivo, pues al apso del primer kilómetro ya estaba en las posiciones de cabeza. Mi ritmo era bueno, alrededor de 4'18'' el kilómetro, las piernas iban bien, sin forzar y me puse a otear el panorama, en busca de algún grupo al que pegarme.
Al dar el primer giro, a los 5 km, divisé a dos atletas de blanco con una cinta en la cabeza, con pinta de españoles; eran españoles, nada más y nada menos que Javier Conde y Jon Salvador, que están realizando una serie de maratones solidarios por todo el mundo. Me puse a hablar con ellos y me comentaron sucintamente su aventura y ya de paso me comentaron su intención de acabar en 3h30', a pesar de ser atletas de bajan de las 2h20'. Rodé unos kilómetros con ellos, pero al llegar al primer diezmil decidí seguir hacia adelante para intentar unirme a un grupo que se había formado por delante de nosotros. Tras desearnos suerte, me fui para adelante y tardé otros cinco kilómetros en dar caza a ese grupo, en el que tiraban unos atletas rusos, bastantes más altos y corpulentos que yo, es decir, ideal para ir resguardado del viento y a buen ritmo.
La carrera iba bien; mi paso por la media en 1h31'50'' demostraba que a pesar de las condiciones meteorológicas, todo iba de acuerdo a lo previsto; comenzaba la segunda parte de la carrera y había que seguir igual y era posible, porque no me sentía fatigado muscularmente. Al paso por la media Jon y Javier se unen al grupo, parece que han decidido acabar en 3h15' y han acelerado la marcha. Jon se pone al frente a marcar el ritmo al grupo, en el que algunos empiezan a flaquear. Yo me pego a la rueda que me ofrecen estos dos grandes corredores, pero sigo rodando cómodo, a pesar de que el grupo empieza a desquebrajarse. Al paso por el kilómetro 25, ya hemos perdido a unos cuantos, pero en el 30 sólo quedamos seis. Comienza la última vuelta y me encuentro bien, con fuerza y empiezo a contemplar la posibilidad de acelerar al final de la prueba.
Entonces pasamos el km 33, sólo quedamos cuatro atletas y se produce la conversación que os he relatado al principio. En el 37 Jon empieza a tirar de mi, Javier y otro atleta quedan atrás; Jon me pide que no vuelva a hablar, que me concentre y que sufra y vaya si lo hago. Ya por el km 38 me indica que lo puedo conseguir, que estamos corriendo a 4'10'', pero hay que seguir así. Me grita, me anima, me dice que piense en mi familia, en mis animadores... y lo hago. El viento sopla de costado, pero cuando molesta más frena y me ofrece resguardo; voy bien, lo sé, las tiradas largas y los duros fartleks que me ha programado Depa durante el verano están dando sus frutos.
Al pasar el 40 el crono marca 2h56', se empieza a ver la muralla del Kremlin y un poco más allá, la meta; huelo el final, Jon me grita cada vez más y me dice que ya sólo queda sufrir, que piense en mi familia, en la meta y que lo de todo. Y en esos dos kilómetros pienso en esa meta, pienso en Marisa, en los niños, en mis amigos que me han acompañado hasta allí, en mis amigos que se quedaron en Madrid, en mis compañeros del foro, en todos los compañeros que me desearon suerte antes de partir y pienso en Depa, que me ha dicho miles de veces que tengo piernas para bajar de 3h03' y me doy cuenta que, como siempre, tiene razón. aprieto los dientes, no sé si me quedan fuerzas o no, pero es el momento de correr con el alma y echarle huevos y de eso, afortunadamente, no me falta.
En el km 41 están mis animadores, gritan, agitan las banderas, pero sólo soy capaz de esbozar una sonrisa, ya no puedo más. Doy el último giro y enfilo una recta en de la que sale el desvío para meta, 200 metros en subida. Jon me deja, se queda a esperar a Javi, que viene por detrás, pero antes me dice: no te pares en la cuesta, sube a lo que puedas. Y eso hago, a pesar de que me da alguna arcada al comenzar a subir por el esfuerzo, pero no es el momento de hundirse y sacando fuerza de donde no hay esprinto para acabar en 3h04'41''. He fulminado mi marca anterior en 3 minutos.
Estoy muerto, pero soy el tío más feliz del mundo. Marisa y mis amigos me saludan desde las vallas, pero no puedo acercarme. Me dan la capa, agua, comida y mi medalla, la que he ganado con tanto esfuerzo. Jon y Javi llegan a meta, les abrazo y les doy las gracias; sin ellos mi marca no hubiera sido posible. Jon me comenta que en el próximo tengo que bajar de 3 horas y me confiesa que me había mentido cono los tiempos, porque hemos llegado a correr tramos a 3'45'', pero no quería que me asustara. Que gran tipo.
En mi decimotercer maratón he bajado de 3h05' y en 2012 he bajado mi marca en casi 6 minutos, no está nada mal. Pero me quedo con mis últimos cinco kilómetros que he realizado a una media de unos 4'07'' el kilómetro. Empiezo a creérmelo, Depa siempre me lo ha dicho y repito, siempre tiene razón: puedo bajar de 3 horas. Espero poder contarlo en 2013.