Esta vez, realicé mu ultimo rodaje premaratoniano el viernes a fin de recuperar un poco las piernas tras el largo vuelo que me llevó de Madrid a Lima; nada más salir del hotel, noté que la humedad era muy alta, tanto que tenía la camiseta empapada apenas cinco minutos después. No me gusta correr con calor, pero menos aún si la humedad ambiente es elevada y parecía que ambos factores iban a ser protagonistas de mi primera cita con la distancia de Filípedes en Sudamérica.
Tras un desayuno muy tempranero en el hotel compartiendo comedor con los atletas de elite, me acerqué caminado hacia la salida con Marisa y Toly; era un día plomizo, con el cielo totalmente encapotado y una temperatura que rondaba los 19º a las 6 de la mañana, aunque no era previsible que subiera mucho más. No eran las condiciones ideales, pero al menos, la "panza de burro" sobre el cielo limeño me iba a permitir librarme de los molestos rayos solares. La zona de salida ya estaba repleta de corredores ultimando detalles y calentando, así que tras despedirme de las chicas, comencé mi calentamiento suave que tuve que interrumpir para ir al baño un pare de veces. Aparte de los nervios, tenía claro que era muy importante hidratarme y no había parado de beber desde que me había levantado. Tenía claro que una buena hidratación iba a ser clave para salir bien parado del evento, pero también debía evitar una pérdida excesiva de sales minerales, por lo que, además de los geles, me llevé un puñado de pastillas de magnesio de las que me había recomendado el gran Alex.
Me ubiqué pronto en mi cajón, aunque no había demasiados problemas pues la participación en el maratón no es precisamente masiva; sonó el pistoletazo y comencé mi carrera como tenía pensado, conservador y con cabeza, pues tenía miedo al calor y la humedad que me esperaban en las siguientes horas. Sin embargo, mi ritmo no podía ser muy lento porque la primera parte del recorrido baja hacia la playa, así que era necesario aprovechar un poco esa ventaja. Me puse a un ritmo entre 4'40'' a 4'45''/km y a pronto me coloqué en una posición cómoda para correr, sin demasiados atletas a mi lado.
Fueron kilómetros de tanteo, en los que recibí los primeros ánimos de Marisa al pasar por el km 4, aún en el barrio de San Isidro; en esa fase, coincidí con dos atletas españoles residentes en Lima que corrían la media, y me advirtieron del calor y de la dureza de la última parte del recorrido. Aunque rodé un rato con ellos, les dejé ir pues llevaban un ritmo de 4'30'' y no quería quemarme. En el km 8 toda mi afición estaba presente para alentarme antes de salir de la zona financiera de Lima y dirigirme hacia el coqueto barrio de Miraflores, por donde comencé a poner ya un ritmo constante de 4'50''/km.
Estaba corriendo bien, pero me agobiaba un poco el calor y la humedad, tanto que desde el principio empecé a beber tanto agua como isotónico en los avituallamientos, aparte de endiñarme dos pastillas de sales cada 10 Km.
Mi momento de crisis llegó entre el km 12 y el 15, pero lo superé concentrando mi mente en llevar un ritmo constante y no pensar en los que me quedaba por delante, así que empezaron a salir los kilómetros con fluidez al ritmo que quería llevar e incluso mejores, No tomé el tiempo de paso por la media porque no estaba indicada, pero calculo que fue en torno a 1h41', dentro de lo previsto y poco antes de llegar al punto más bajo del recorrido, en la playa y comenzar el constante ascenso hasta meta. Ya por entonces, había charlado con atletas brasileños, colombianos y locales y empezaba a disfrutar de la carrera y mucho más aún cuando recibí otro empujón moral de mi afición en el km 26. Quedaba mucho por correr, pero ni siquiera hacía cálculos, simplemente me concentraba en hidratarme bien, tomar los geles en el momento adecuado y por supuesto, las pastillas de sales.
La ligera subida ya se empezaba a notar y comencé a dudar si era conveniente acelerar a partir del km 32 como había hecho en Ravenna y Las Palmas, o bien ser cauto. El caso es que no hice ni lo uno ni lo otro, porque sabía que mi último "gel moral" estaría en el km 34, donde Rafa y Encho bromearon sobre si iba a empezar a correr, así que, obviamente, eso hice.
Aceleré, me puse a rodar entre 4'30 y 4'40'' pero no era fácil porque el terreno se iba complicando y falso llano era cada vez más falso y más empinado; eso si, empecé a recoger cadáveres por el camino, pero sin la soltura que me hubiera gustado, aunque era evidente que los demás iban peor que yo. Apreté los dientes, aguanté el tirón y me conjuré para ir a tope hasta el final, pero ya no podía bajar de 4'45'' porque los últimos 5 kilómetros son realmente complicados. Me había olvidado del calor, de la humedad e incluso de los rayos solares que aparecieron en la última fase de la carrera y es que ya daba igual, solo importaba acabar y al ritmo mayor que pudiera.
A falta de un kilómetro ya se podía ver la meta al fondo y tan al fondo, porque la carretera seguía picando hacia arriba y solamente puede relajarme cuando pisé esa mágica moqueta azul que indicaba que restaban escasos metros para completar mi primer maratón sudamericano y vigésimo octavo en general.
Crucé al meta en 3h23'54'', un tiempo excelente teniendo en cuenta las circunstancias, es decir, calor, humedad y un viaje de 12 horas dos días antes a lo que puede sumar el jet lag. Es evidente que no ha sido mi mejor maratón, pero estoy muy satisfecho del resultado de Lima porque hice la carrera que quería hacer y un tiempo que vale mucho en esta carrera; de hecho, a falta de confirmación oficial, creo que hice el 4º ó 5º puesto de mi categoría. En definitiva, un maratón más, un continente más y otra gran experiencia en la que volvieron a ser partícipes activos Marisa y mis amigos, que volvieron a estar a mi lado y por supuesto, todos los que me apoyasteis por las redes. El siguiente, en Varsovia, el próximo mes de septiembre.