El próximo domingo disputaré mi vigésimo octavo maratón en Lima, la ciudad que fundó Francisco Pizarro en 1535; cuentan las crónicas que el conquistador español era un buen estratega además de un hombre muy tenaz que consiguió doblegar a los incas con un ejército mucho menos numeroso. Una de las anécdotas más aclamadas de su historia, es aquella en la que arenga a sus soldados , hartos de pasar calamidades, en una playa, dibujando una línea en el suelo, que separaba la retirada o la posibilidad de conseguir la gloria. Solo trece soldados cruzaron esa línea, que a buen seguro yo también hubiera cruzado, pues como buen maratoniano, sé que para conseguir la gloria de cruzar la meta, hay que esforzarse mucho e incluso sufrir. Sin entrar en más disquisiciones históricas, en Lima intentaré seguir los pasos de Pizarro, pero no derrotando enemigos y conquistando territorios para la corona española, sino corriendo hombro con hombro con los atletas peruanos con el único objetivo de cruzar otra línea, la de meta.

Llego a mi segunda cita maratoniana del año en un buen estado de forma, después de haber corrido en 40 minutos los 10K de Laredo y tras haber hecho podio, aunque con un tiempo discreto debido a la meteo, en Medina del Campo. Una sobrecarga en el cuádriceps izquierdo me ha obligado a para dos días la semana pasada, pero no creo que me afecte ni el parón, ni la lesión que ya ha sido tratada convenientemente con mi fisio, Cristina. Por tanto, tengo confianza en mis fuerzas y en mi táctica, que va a ser de nuevo conservadora, aunque diferente a la empleada en Las Palmas, donde el perfil era completamente plano; en Lima, habrá que ir un poco más deprisa en el tramo cuesta abajo, pero sin pasarse, pues hay que guardar fuerzas para la segunda mitad de la prueba. Espero que el calor no me afecte demasiado, pues, afortunadamente, me han dicho que la humedad no es muy elevada.
