El próximo 11 de octubre a las 7:30 de la mañana, hora de Illinois, tomaré la salida en mi sexto major, el último que me queda para completar los auto-considerados principales maratones mundiales; según parece, la organización que dirige este "holding atlético" no va a tener en cuenta mi participación en Tokio 2010, pues por aquel entonces la carrera japonesa no formaba parte de este grupo de élite; no obstante y a riesgo de no recibir la pertinente felicitación del organismo oficial, mis piernas habrán completado los seis maratones y eso es lo que cuenta, al fin y al cabo.
Pero lo que me quita el sueño en estos días previos a la competición no es ese formalismo, sino mi verdadero estado de forma para afrontar mi vigésimo segundo maratón; la semana que ha terminado ha sido irregular, con un entrenamiento muy malo y otros mejorables, aunque buenos. No puedo decir que esté en un estado de forma espectacular, pero tampoco puedo decir que mi estado de forma sea malo, porque sigo haciendo buenos tiempos a pesar del cansancio acumulado. Y es que si a los casi 100 km de esta semana, les uno las anteriores que se acercaron a los 90 km y además incluyo viajes, trabajo y ciertas reparaciones caseras, os podéis imaginar que puedo estar de muchas maneras menos fresco.
Sólo faltan doce días y aunque aún queda algún entrenamiento exigente, Depa ya me ha dicho que me ponga en "modo" descanso y que empiece a reservar fuerzas para la cita que me espera a orillas del lago Michigan. El descanso es fundamental en estos días previos, no sólo desde el punto de vista muscular, sino también desde el punto de vista psicológico, pues ya estoy un poco cansado de exigirme día a día , sumado a la cercanía de la carrera y la aparición de los primeros síntomas de nerviosismo. La parte más dura ha pasado, así que hay que esperar con tranquilidad hasta que llegue el momento de disfrutar de la carrera en las calles de la Windy City.
Algunos pensaréis que después de tres párrafos, aún no he desvelado como voy a afrontar la carrera; no es un secreto, o quizás si, porque ni yo mismo lo sé. Insisto en creer que estoy en buena forma y espero que la mañana del sábado 10, cuando salga a rodar por el parque donde empieza la carrera, mis piernas me hablen y me digan que están preparadas para lo mejor; parece una tontería, pero las sensaciones del día previo a la carrera siempre han sido muy significativas en mi historial maratoniano, así que espero sentirme como un potro al que hay que sujetar para que no se desboque. En términos cuantitativos, algunos sabréis que el ritmo que permite bajar de tres horas en un maratón es inferior a 4'15'' por kilómetro y ese va a ser mi objetivo final; lo que tengo que meditar es la estrategia y en ese aspecto, gana enteros la idea de salir conservador y esperar a que mis piernas empiecen a estar a tono, lo que suele pasar a partir del kilómetro diez; para ello, no tengo que perder la calma y debo saber regular bien mi ritmo para no perder demasiado tiempo. No es fácil correr de esa manera, pero es la manera que me puede llevar a mi victoria personal.
Chicago será el sexto y en principio, último major, el cuarto maratón en Norteamérica y el vigésimo segundo global; sin embargo, aún sigo intentando bajar de esas tres horas que parece que otorgan una categoría superior al que se considera un maratoniano de vocación, como soy yo. Dicen algunos de mis amigos, que el maratón me debe ese sub 3h, pero yo no pienso eso, pues normalmente el maratón premia a quién mejor puede soportar los duros entrenamientos que permiten conseguir una buena marca. Y aunque yo siempre he trabajado con ilusión y todo lo duro que he podido, quizás me ha faltado algo que me ha impedido lograr una marca que ya se me antoja a medio camino entre el sueño y la obsesión. En 12 días saldremos de dudas, pero sea cual sea el resultado, volveré a disfrutar apasionadamente de esos nervios previos a la salida, de unas calles repletas de gente animando, de la mirada al crono en cada hito kilométrico, de ese atleta que ofrece su agua por si alguien se ha despistado, del dolor de piernas de los últimos kilómetros y por supuesto del mágico momento en el que se cruza la meta.