La noche antes de la carrera pude ir a cenar en manga corta, local no me daba muy buena espina para el día siguiente; acerté, pues cuando sonó el despertador a las 6:00, hacía una mañana agradable, no corría el viento, no había nubes y la temidas humedad se hacía notar. Que no suene a disculpa, pero el calor y la humedad nunca han sido favorables en mis competiciones y si a eso le añado que no había preparado la carrera específicamente, los dos maratones y medio que ya había corrido en 2014 y el largo viaje de ida desde España a Canadá a lo que hay que sumar los 800 km en coche de Toronto a Quebec, no es fácil sospechar que no parecía que fuera a tener una mañana plácida, como yo pretendía.
Desayuné con Alonso y nos fuimos en taxi hasta la línea de salida, donde nos separamos pues nuestras salidas partían de punteos distintos; el corto paseo en ferry desde Quebec a Levis fue relajante y además de acordarme de aquel día en el que crucé el Hudson en ferry para acceder a la salida del maratón de New York, me sirvió para volver a revisar la táctica de carrera, que era muy sencilla: salir reserven, continuar reserven y acabar sin problemas.
Llegué a la zona de salida con tiempo para ir al baño, dejar la bolsa sin agobios e incluso tumbarme un rato en la fresca hierba de Levis. Una vez que llegó la hora de la verdad, me coloqué bastante bien porque en Quebec ningún atleta lento tiene la osadía de colocarse entre las primeras unidades; algo tienen que aprender algunos atletas europeos...
Salí tranquilo, sin mirar el reloj y atendiendo a los carteles que me señalaban cuanto faltaba para llegar (como ya he comentado, en Quebec se hace una cuenta atrás en la señalización de los kilómetros). La salida pica ligeramente hacia arriba en los dos primeros kilómetros y luego desciende hasta el 9 más menos; sin forzar, los ritmos que me marcaba el Garmin era buenos (corrí por primera vez con Garmin), alrededor de 4'35'' el kilómetro y aunque me sobraban fuerzas, intentaba no aumentar el ritmo a pesar de la cuesta abajo, había que guardar fuerzas. Era un paseo muy agradable, pues Levis es un pueblo muy coqueto, una sucesión de casas de madera con su césped bien cortado, su árbol y sus moradores animándote con sinceridad.
A partir del km 10 la cosa se complica y el terreno vuelve a picar ligeramente hacia arriba, de manera que mi ritmo se resiente ligeramente y se va a los 4'45''; no me importa, voy bien, sin forzar, disfrutando, pero sudando mucho, pues no hay ni una sola nube y es difícil ponerse a la sombra, de manera que el calor aprieta cada vez más. No llevaba gorra ni protección solar, pues no pensaba que el calor fuera a apretar tanto, lo que unido a la humedad que genera el río San Lorenzo, hacía que la carrera se pusiera cada vez más antipática.
El recorrido sale del pueblo y se interna en una carretera paralela a la ribera del río, de manera que las vistas de Quebec son impresionantes, pero apenas me doy cuenta porque empiezan a sucederse los toboganes y el viento sopla descaradamente de cara; las cosas se ponen feas, empiezo a cansarme, pero aún así recupero ritmos de 4'30'' antes de la media. Paso la media en 1h39', no está mal, pero empiezo a notar la falta de kilómetros de mis entrenamientos y sobre todo los toboganes que continúan aliñándose con el viento de cara que cada vez sopla más fuerte.
Aún así voy contento, bromeo con los espectadores, pienso en cruzar la meta, en la medalla que tanto le gusta a mi amiga Pili y sobre todo en mi familia, pues sé que me esperan justo a la entrada de Quebec. Ahora el ritmo ya ha bajado a 4'50'' y el terreno cada vez se empina más, pues hay que cruzar el puente que une Levis y Quebec que se encuentra en alto; parece que no llega, pero al fin alcanzo el puente, harto del viento, del calor y de las cuestas, pero ahora confío en el terreno plano y en el viento de espalda, pero como siempre pasa, no voy a poder aprovechar las ventajas que me da esa última parte.
Marisa y los niños me esperan en el kilómetro 30 más o menos, les saludo, sonrío, pero voy muerto y lo peor, el calor es asfixiante, cercano a los 30º y no veo ni una sola sombra el el recorrido que tengo que hacer hasta meta a la ribera del San Lorenzo; para remate, el recorrido no es plano, vuelven los toboganes y entonces mi ritmo empieza a subir hasta 5'10''; se masca el drama.
En el kilómetro 32 bebo agua, me atraganto y paro para toser; quedan diez kilómetros, el sol me agonía, mis piernas no pueden más y decido andar un rato; no estoy lesionado, no me duele nada, no me pasa nada, tan sólo estoy muerto. El calor, el viento, la humedad y el trazado están pasando factura.
Vuelvo a arrancar, pero no duro mucho y me vuelvo a parar hasta cinco veces más y aunque bajar de 3h30' es factible, decido tirar la toalla y no sufrir demasiado, aunque estaba sufriendo tanto que tenía hasta para regalar.
Mis ritmos se han ido al garete, pero en un ataque de amor propio, decido correr los últimos tres kilómetros como es debido y los hago por debajo de 5' el kilómetro, aunque ya no sirva de nada. Mi hermana, mi sobrino y mi cuñado me esperan en el km 40, pero apenas puedo sonreír, sólo pienso en cruzar la meta, en parar y en recibir la medalla, se lo debo a mi familia y a mi amiga Pili, pues no me puedo ir de Quebec sin la medalla que tanto le gusta.
Por fin cruzo la meta, derrotado, cansado, quemado, exhausto, pero orgulloso a pesar de mis 3h39'20''. Ha sido el peor maratón de mi vida, pero he cruzado la meta y he llegado, era mi objetivo y lo he cumplido.
Con este he corrido 18 maratones completos y aún me queda por correr en Atenas en noviembre, pero tampoco lo voy a disputar. Ahora hay que recuperarse, volver a entrenar a tope y volver a las buenas marcas en 2015 y espero que así sea, porque ni he tirado la toalla del sub3h ni la voy a tirar.