A las 5:30 de la mañana sonaba el despertador en mi Riad; Marisa y yo, habíamos quedado con Pili para desayunar y se nos unió más tarde otro atleta alojado en el mismo hotel. El desayuno fue ligero, con zumo, tostadas y café, lo normal antes de un maratón. Al acabar nos preparamos, Toli se unió a la expedición y todos juntos tomamos un taxi hacia la salida situada al lado del hotel La Mamounia. La temperatura rondaba los 8º, había un poco de humedad, ni rastro de nubes y una ligera brisa.
La escasa afluencia de corredores nos permitía estar relajados, así que me cambié tranquilamente, fui al baño y calenté ligeramente antes de que Marisa me deseara suerte y me colocara en la línea de salida, en la parte delantera, justo detrás de la elite.
Estaba un poco nervioso, pero confiado porque las sensaciones de la semana previa habían sido buenas y además había entrenado muy bien esta prueba; así que cuando comenzó la carrera, puse un buen ritmo y me coloqué en las primeras posiciones de los populares. Las piernas funcionaban y el reloj me indicaba un ritmo de 4'17'', suficiente para los primeros kilómetros, pero había que aumentarlo poco a poco, en cuanto se calentaran bien las piernas. El recorrido discurría por avenidas muy amplias, sin público, con la vista de la imponente cordillera del Atlas nevado al fondo y picando ligeramente hacia arriba, lo cual, unido al ligero viento de cara, molestaba un poco.
Fuera por lo que fuera, mi ritmo no mejoraba y empecé a preocuparme; cuando en el km 7 recibo los primeros ánimos de mis amigos, estoy concentrado, bien de ritmo, pero sin visos de poder aumentarlo con facilidad. Se me empieza a hacer un poco largo el recorrido hacia el Atlas, hasta que por fin la carretera gira y se dirige a los jardines de Aqdal que cruzo incrementando un poco el paso, pues ya ha desaparecido el viento y la carretea llanea. A la salida de los jardines, me espera Marisa que me anima, pero ya no voy bien, mi estómago está empezando a doler y no me explicaba el porqué, ya que, aparentemente, había hecho la digestión y no había comido nada raro.
Mi ritmo se resiente, empiezo a ponerme nervioso y el estómago molesta más cuando bordeo la muralla de la Medina donde se concentra la mayor parte del público, incrementado porque hay muchos campos de fútbol justo al lado de las murallas y muchos niños jugando. La media está al caer, no estoy nada castigado, pero sé que mi ritmo no es bueno, aunque me gustaría corroborarlo, pero los hitos kilométricos son casi inexistentes y mal colocados.
Cuando paso el kilómetro 20 el estómago dice basta y tengo que parar a vomitar; no vomito casi nada, pero pierdo un tiempo precioso y en las condiciones que estoy, me doy cuenta que ya he he dicho adiós a un posible sub3h. Queda mucho trayecto y está claro que lo que me espera va a ser duro; cambio el objetivo, que a partir de ahora simplemente será llegar, aunque sé perfectamente que el precio va a ser alto, pues estoy convencido de que me va a tocar sufrir.
Sigo corriendo y ya no me preocupo del ritmo, que se va por encima de los 4'30''; tengo geles, pero me da miedo tomarlos y también me da miedo tomar el agua que dan. No sé muy bien que hacer, pero sigo mi camino, me interno en la carretera que va al Palmeral y al pasar por el km 25 vuelvo a beber agua, con la consiguiente parada unos minutos después: mi estómago no aguanta nada.
Mi ritmo baja, me siento débil, mareado, las piernas están cargadas y aunque el Palmeral es un sitio muy bonito, yo sólo pienso en lo mucho que me queda. Pienso que Pili estará detrás de mi y en algún momento me adelantará si sigo bajando el ritmo, así que me tranquilizo esperando que llegue. Antes de salir de la bonita zona de palmeras, camellos y desierto, me vuelve a dar otro aviso el estómago, muy fuerte, me voy a la cuneta y tras un rato escucho la voz de Pili por detrás, decepcionada por verme así. Me uno a Pili, me anima, me cuida, me habla, intenta que deje de pensar en mis problemas y que siga su estela, pero yo estoy cada vez peor, ya rondo los 5 min/km y la cosa va a peor. Pili baja su ritmo por mi, me dice que le siga y lo hago, pero sufriendo.
Tengo hambre y sed, estoy débil y aunque sudo poco, quiero reponer sales, así que me tomo un gel y agua en el km 30, una auténtica bomba para mi estómago. Sigo detrás de Pili cuando ya se ve Marrakech al fondo, queda poco, pero voy mal. A falta de 500 metros para el 35 me vuelvo a parar, Pili no puede ya pararse, le digo que siga y me tomo mi tiempo para recuperarme. Faltan siete kilómetros y los voy a hacer solo.
Subo una cuestecilla, llega el km 35 y allí está Marisa y mis amigos; Pili ya les ha dicho que voy mal y a mi el tiempo ya no me importa nada, así que me acerco a la cuneta, abrazo a Marisa y le cuento que voy fatal, pero que quiero terminar. Marisa me pregunta preocupada que si estoy bien para seguir y le prometo llegar entero.
Sigo, no hay más remedio, no quiero acabar vencido por mi primer maratón africano y total, son sólo siete kilómetros más. Ya dentro de la ciudad, el recorrido es desastroso, recorriendo una avenida semicortada al tráfico, con muchos coches, los atletas en fila india, sin voluntarios señalando el recorrido y con el estómago fatal. Me paro una vez más, en el 37, pero es la última, porque me conjuro para seguir e intentar olvidarme del estómago, donde ya no voy a meter más agua, me deshidrate o no.
A 5'10'' completo los últimos kilómetros, hasta llegar al 41, o eso creo porque no había ninguna marca, donde acelero y me pongo a 4'45'' para llegar mejor. Enfilo la recta de meta, por mi izquierda llegan los de la media a puñados, pero ya todo da igual, voy a llegar, sin la gloria de la marca, sin la satisfacción de haber hecho una buena carrera, con las piernas machacadas y el estómago dando mucha guerra, pero feliz. Mi tiempo: 3h23'58''. Cuando recibo la medalla reafirmo esa felicidad: he acabado mi vigésimo maratón y mi primer maratón en África y ya van cuatro continentes.
Está claro que algo ha fallado estrepitosamente en Marrakech; puede que hayan sido las comidas previas, o quizás algún virus que ya llevaba puesto, incluso puede que fuera el agua excesivamente fría del avituallamiento; en realidad ya me da igual, he vuelto a fallar en el intento de bajar de tres horas y empiezo a dudar si seré capaz de hacerlo algún día, aunque no pienso rendirme sin luchar. Sin embargo, he acabado contento por la experiencia, pues por primera vez he corrido en África y espero que no sea la última; si a esto le uno que he cumplido veinte maratones acabados, el resultado es como para estar contentos, aunque decepcionado a la vez por como sucedieron las cosas. En eso consiste la grandeza del maratón, en que sólo con llegar has ganado, así que tengo que estar contento porque he vuelto a ganar.
Ahora tendré que analizar todo lo pasado, detectar los fallos, ajustar el calendario y volver al tajo de los entrenamientos; pero para eso hay tiempo, ahora toca disfrutar de haber vuelto a cruzar la línea de meta, esta vez, en Marrakech.
Está claro que algo ha fallado estrepitosamente en Marrakech; puede que hayan sido las comidas previas, o quizás algún virus que ya llevaba puesto, incluso puede que fuera el agua excesivamente fría del avituallamiento; en realidad ya me da igual, he vuelto a fallar en el intento de bajar de tres horas y empiezo a dudar si seré capaz de hacerlo algún día, aunque no pienso rendirme sin luchar. Sin embargo, he acabado contento por la experiencia, pues por primera vez he corrido en África y espero que no sea la última; si a esto le uno que he cumplido veinte maratones acabados, el resultado es como para estar contentos, aunque decepcionado a la vez por como sucedieron las cosas. En eso consiste la grandeza del maratón, en que sólo con llegar has ganado, así que tengo que estar contento porque he vuelto a ganar.
Ahora tendré que analizar todo lo pasado, detectar los fallos, ajustar el calendario y volver al tajo de los entrenamientos; pero para eso hay tiempo, ahora toca disfrutar de haber vuelto a cruzar la línea de meta, esta vez, en Marrakech.