Salí muy temprano del hotel caminando al embarcadero donde salía el Ferry que transporta a los atletas a la zona de salida; era una mañana agradable, sin nubes, húmeda, una mañana perfecta para hacer turismo, pero no para correr un maratón, o al menos, no para mi. Charlé con algún atleta por el camino hasta llegar al barco donde coincidí con una parte are españoles, Pablo y Gabriela, dos adorables personas con las que me entretuve hasta la llegada a puerto. Pablo iba a correr el maratón (y muy rápido) mientras que Gabriela iba a hacer los 15Km; me ayudaron a olvidar un poco lo que se me venía encima, porque sabía perfectamente que no era mi día y que tocaba uno de esos maratones "de sufrimiento", no estaba equivocado.
Me despedí de ellos para prepararme antes de calentar un poco; entonces coincidí con un atleta turco poco previsor que me pidió vaselina y apósitos para evitar rozaduras y obviamente se lo presté y tras una foto juntos, nos deseamos suerte amablemente. Llevé las cosas al camión ropero, me coloqué en en el cajón de salida y tras sonar los acordes del "We Will rock you" de Queen, empezaba el lío con unas preciosas vistas sobre el Bósforo.Había decidido salir conservador, no llegaba en forma a la salida y la lesión que me hizo parar diez días a tres semanas de la carrera había provocado que también llegara muy falto de kilómetros; pero los primeros kilómetros de esta carrera son difíciles de gestionar, empieza subiendo ligeramente, luego baja para volver a subir durante casi dos kilómetros y por fin vuelve a bajar con una pendiente muy acusada hasta llegar al llano alrededor del kilómetro 6. Hasta ahí la cosa iba bien o eso creía, aunque me notaba cansado, pero mi ritmo estaba claramente por debajo de los 5 min/km y así lo mantuve a hasta el km 10 cuando recibí los primeros ánimos de mi afición.
A partir de ahí se comienza el tramo de autopista y se acumulan los problemas; el primero, el fuerte viento de cara que tendría que soportar durante 16 Km, hasta llegar al giro en fondo de saco; la humedad era muy alta, pues a la habitual de una ciudad al lado del mar, se sumaba la generada por la lluvia de la noche anterior. Y de remate el sol brillaba en todo lo alto, no aparecía ni una nube en el cielo y el calor se acumulaba. Ya me había dado cuenta que recorrer esos kilómetros contra el viento iba a ser duro, pero no contaba con los desniveles que generaban varios pasos por túneles, lo que hacía mucho más exigente el recorrido, sobre todo para mi, ya que me quedaban muy pocas fuerzas.Mi ritmo cayó claramente por encima de los 5 min/Km y me resigné a aguantar los que me esperaba, sufrimiento hasta meta; creo que fue después del km 18 cuando paré por primera vez a estirar un poco, pero seguí camino esperando que me ayudaran los ánimos de mi afición el Km 20, donde estaban ondeando sus banderas, pero yo sólo puede esbozar una sonrisa porque mis fuerzas estaban al límite y eso que faltaba más de la mitad del recorrido. Después todo fue muy complicado, paradas en avituallamientos, ratos caminando, ratos corriendo a lo que podía, mucho calor y más paradas en sombras para evitar una subida de la temperatura corporal. Y eso que tras girar en el km 26 el viento ya soplaba de espalda, pero a mi ya no me afectaba mucho, sólo quería llegar y descansar.
Estaba siendo un maratón horrible, sin sonreír, sin bromear con el público, sin disfrutar de la carrera en definitiva, pero completando kilómetros poco a poco hasta llegar a los últimos kilómetros, donde decidí no parar más. Ya olía la meta y cada vez había más gente animando, pero la carrera picaba cuesta arriba en el parque que se cruza justo antes de afriontar el último kilómetro con una subida que no pude superar, tuve que parar de nuevo, caminar un poco y volver a correr para ver a mi afición justo antes de enfilar la recta de meta, donde conseguí acelerar para llegar de una manera digna.
Mi tiempo en meta fue de 3h41'58'', el peor maratón de mi vida, un poco por encima de Tenerife y Quebec donde también pasaron factura el calor y la humedad; pero lo peor no es el tiempo, es que no disfruté la carrera, pero decidí llegar porque un maratoniano merece ser finisher y al menos tener esa satisfacción después de todo lo pasado. En el atletismo no hay milagros, llevo sin entrenar con regularidad desde la lesión previa al maratón de Zaragoza en abril; en Adelaida salí del paso en una carrera decente que se estropeó por los calambres, pero Estambul ha demostrado que sin entrenar convenientemente no se puede acabar bien un maratón.
La medalla de mi cuadragésimo octavo maratón terminando está ya mis vitrinas, una maratón que no voy a recordar con cariño, pero que formará parte de mi historial. Ahora toca descansar, planificar bien los entrenamientos de 2024 y esperar que las lesiones musculares me respeten un poco y me dejen entrenar más de dos semanas consecutivas sin parones. Esta vez ha salido mal, pero hay que ser positivo y esperar que las cosas mejoren en el futuro, el próximo marzo en Roma.