Las previsiones meteorológicas no fallaron esta vez; cuando me asomé a la ventana, depués de que el despertador de mi habitación del hotel Keio Plaza sonara a las 6 de la mañana, el panorama era desolador: lluvia, viento, frío... Pero así como la organización continuaba con sus preparativos para la salida en medio de la tempestad , yo comencé los míos bajando a desayunar, en una sala repleta de clientes, la gran mayoría corredores. Comí tranquilo, viendo como llovía fuera del edificio; fruta, cereales, tostada, café... lo clásico.
Volví a la habitación para cambiarme y me asaltó la duda de que ponerme teniendo en cuenta lo que estaba cayendo. Al final decidí llevar lo justo, pantalón, camiseta y un chubasuqero para correr los primeros kilómetros. Bajé al hall con Marisa y allí me esperaban todos mis amigos con una camiseta preparada para la ocasión; fue muy bonito, comprobar ellos también se habían preparado para correr el "otro" maratón y eso me ayudó a motivarme aún más, pues no iba a decepcionarles después de tanta preparación.
Tras las fotos de rigor, salí a la calle acompañado por Encho (que iba a correr la carrera de 10 Km) y el resto de la expedición de Marathinez. Enseguida llegamos a la zona de salida, donde nos separamos. Calenté un buen rato en una zona cubierta, pero a falta de unos 20 minutos para el comienzo, me dirigí al cajón de salida. Llovía copiosamente, lo que no impedía que casi todos los participantes estuviéramos ya allí, listos, aguantando el chaparrón y esperando el pistoletazo de salida. Fueron malos momentos, estaba un poco deprimido porque después de todos los meses de preparación, la lluvia podía afectar seriamente a mi marca.
Por fin sonó el pistoletazo y comencé a moverme. Seguía lloviendo, pero ya estaba en movimiento. La salida fue lenta, mucha gente al tran tran y poco espacio; me parece que los japoneses también hacen trampas, pues me pasé un buen rato adelantando a gente del cajón superior al mío. Pasé el kilómetro 1 en casi 5 minutos, lento, pero entonces la calle empezaba a estar más despejada y mi ritmo comenzó a incrementarse. La carrera empezó a cambiar, mi ofuscación inicial fue mitigándose y cada vez me entraban más ganas de pelear, de ir por esa marca deseada. Las calles estaban abarrotadas, ahora me estaba dando cuenta y yo seguía adelantando atletas, sintiendo mis piernas sueltas, sin sensación de pesadez; los nervios habían desaparecido y me di cuenta que mi estado de forma era el óptimo, que mi trabajo meses atrás había sido útil y sentí que era mi día. Pero... joder, voy muy rápido, me dije, al pasar el Km 5 por debajo de los 22 minutos, pero enseguida decidí no aminorar, había que poner toda la carne en el asador.
Los primeros kilómetros picaban hacia abajo, la carrera era rápida y además el recorrido era muy bonito hasta llegar al Palacio Imperial, donde la carrera llegaba al Km 10 y entonces, el recorrido giraba a la derecha y recorría una calle de ida y vuelta con vistas a la Torre de Tokio y que nos devolvía al mismo punto, pero diez kilómetros más tarde. Fue un tramo difícil, debido al viento que soplaba fuerte y frío, lo que unido a la pertinaz lluvia, hacía que el esfuerzo fuera aún mayor.
Al paso por la media, por debajo de 1h 33', vi por primera vez a mi grupo de animadores, que habían llegado tarde al paso por el Km 10. aunque iba bien, me ayudó mucho verles con sus banderas entre la multitud de japoneses.
Me interné en otro recorrido de ida y vuelta en el que los espectadores se agolpaban sobre las vallas, animando con sus gritos y con sus banderas fundamentalmente a los atletas locales, pero sin olvidarse de los que habíamos recorrido muchos kilómetros para correr en un ambiente tan espectacular. Tuve un pequeño inicdente, ya que una corredora se tropezó conmigo al cruzarse para avituallarse y estuvo a punto de provocar mi caída, que, afortunadamente, pude evitar. Al final de la calle se giraba y se dejaba a un lado el imponente Templo Sensoji, que te indicaba que aún quedaban 14 kilómetros. Aún iba en tiempo, con fuerza y con ganas, pero empecé a sentir dolor en las caderas. El frío estaba empezando a hacer mella y mi cuerpo se estaba quedando más rígido de lo aconsejable.
En el Km 34 volví a ver a la afición, que me inyectó el último ánimo antes de encarar la recta final de la carrera. A partir del Km 35 el dolor era constante y aunque la lluvía era ya muy débil, el recorrido se introducía en una zona semi-industrial, en la que los aficionados escaseaban y para rematar, se subían tres pequeños repechos. Me di cuenta que iba a ser imposible bajar de 3h 10'. Entonces me dije a mi mismo que no podía tirar la toalla, que estaba haciendo una gran carrera y que no podía rendirme, así que aceleré todo lo que pude, para lograr la mejor marca posible, por encima o por debajo de mi marca, pero quería acabar como un luchador, no como un vencido.
Y acabé, crucé por fin el arco de los 42 Km, un arco rosa, lleno de publicidad que significaba que había acabado mi octavo maratón y había batido mi marca dos años después. Era feliz, había logrado una gran victoria, aunque agridulce por no poder bajar de 3h10'. Me dieron bebida, comida, una toalla, la medalla... y fui comprendiendo lo que había hecho; había completado un carrerón, había vuelto a disfrutar un maratón, había sufrido lo justo, peor había llegado con la fuerza que se le supone a un buen atleta y creo que en Tokio lo fui.
En Tokio rebajé mi marca en un día de perros, no conseguí la marca necesaria para tener derecho a correr en NYC, aunque si la necesaria para correr en Londres. Es una buena marca, pero mucho mejores fueron las sensaciones que experimenté en esas 3h 11', las sensación de poder más y sobre todo la sensación de disfrutar de una carrera tan especial. En Tokio, he vuelto a ser maratoniano en su sentido más estricto.