No descansé bien la noche anterior al maratón de Viena; estaba nervioso y sin razón, porque sabía que un posible asalto a mi marca era imposible y mi único objetivo era hacer una buena carrera si las piernas me acompañaban, aunque tampoco era una posibilidad factible, pues sabía que no había entrenado lo suficiente como para hacer un buen registro.
Llegué con Pili a la zona de salida en metro, con tiempo suficiente para cambiarnos, visitar el baño y dejar la ropa en el camión correspondiente; luego, caminamos tranquilamente hasta nuestro cajón donde estuvimos charlando un rato hasta que empezó el jaleo. Empecé tranquilo, sin presión, pero como ya he comentado, había demasiados atletas lentos ubicados en la parte delantera y la carrera se convirtió en un adelantamiento continuo de corredores, con los consiguientes frenazos, giros y cambios de ritmo que la final se pagan.
A pesar de las dificultades, Pili y yo procuramos ir juntos, aunque nos despistábamos con tanta gente corriendo, sobre todo cuando entramos en el parque del Prater, donde la carretera se estrecha y es aún más complicado correr. Mi ritmo no era muy bueno, alrededor de 4'30'' de media, pero enseguida me di cuenta que no daban para más, me faltaba esa chispa necesaria para poder mantener un ritmo alto sin esfuerzo, así que decidí disfrutar de la carrera sin más.
El atasco de atletas llegó hasta el kilómetro 10 por lo menos, donde empezó a despejarse el panorama un poco porque lo más lentos se habían quedado atrás. Sin embargo, seguían habiendo muchos corredores y Marisa ni siquiera pudo verme en el kilómetro 11, donde me esperaba. Pili estaba fuerte y tiraba de mi casi todo el rato, salvo en contadas ocasiones en las que yo tomaba un poco la delantera, pero mi ritmo no era bueno, notaba cansancio en mis piernas y aunque alternaba kilómetros buenos con otros un poco peores, sabía que la tendencia era ir perdiendo segundos a medida que avanzaba la carrera.
Por el kilómetro diecisiete empiezo a quedarme y veo a Pili alejarse poco a poco, pero era una buena decisión, yo no estaba para más y haberme empeñado en seguirla no me hubiera aportado nada positivo. Por fin llego a la media y muchos corredores acaban su participación, afortunadamente para los maratonianos, aunque los de los relevos nos van a acompañar toda la carrera. Mi paso es lento, 1h36', pero los ánimos de Marisa me hacen ser positivo de cara a la segunda mitad que encaro con ilusión.
Entonces llegan mis peores momentos, ya no veo a Pili ni a lo lejos y empiezo a tener molestias en los isquios que se quejan de falta de descanso. En el km 24 me da un fuerte tirón en el abductor izquierdo, estoy a punto de pararme, pero decido reducir el ritmo y seguir; no quiero caminar y mucho menos retirarme, así que me olvido de las molestias, readapto el ritmo y pienso en mi siguiente objetivo, el km 31, donde volveré a ver a Marisa y los niños.
El km 31 está al lado del precioso estadio Ernst Happel y se llega cruzando, de nuevo, el Prater; vuelvo a ver a Pili, pues me cruzo con ella y calculo que no me lleva tanto, pero no creo que sea capaz de pillarla. Ya por entonces me he tomado mis primeros dos geles, estoy animado y aún más cuando vuelvo a ver a Ángela y a Marisa en una curva; sólo quedan 10 km y mis piernas están bien, lentas, pero bien.
No me gusta cruzar parques en los maratones, pero Viena me ofrece dos tazas, porque el segundo paso por el Prater me parece aún más tedioso, aunque sea un lugar agradable. Por fin abandono la parte verde y quedan 6 kilómetros en los que volveré a cruzar el centro de la ciudad para llegar a la meta. Mi ritmo ya está en torno a los 4'45-4'50'' y me propongo intentar no bajar de 3h18'.
La parte final es la más emotiva de la carrera, el centro está lleno de gente y aunque no animan demasiado, parece que voy en volandas hacia la meta, sin miedo a las molestias ni al cansancio.
Acelero lo que puedo tras el km 40 y acabo casi espiritando en la recta de meta, para conseguir un cono de 3h17'58'', que como me comentó mi amigo Alfredo Varona, es un tiempo muy digno.
Pili me espera detrás de la línea de meta, nos abrazamos, nos felicitamos y comentamos la carrera. Ha caído el 21º maratón, he vuelto a derrotar a la distancia de Filípdes y he disfrutado mucho en el intento. A pesar de la discreta marca, mi balance de este maratón es positivo, pues la experiencia ha sido buena y he disfrutado corriendo esta bonita carrera. Ahora toca descansar y reflexionar sobre el futuro, pero eso os lo contaré en otro post.
El atasco de atletas llegó hasta el kilómetro 10 por lo menos, donde empezó a despejarse el panorama un poco porque lo más lentos se habían quedado atrás. Sin embargo, seguían habiendo muchos corredores y Marisa ni siquiera pudo verme en el kilómetro 11, donde me esperaba. Pili estaba fuerte y tiraba de mi casi todo el rato, salvo en contadas ocasiones en las que yo tomaba un poco la delantera, pero mi ritmo no era bueno, notaba cansancio en mis piernas y aunque alternaba kilómetros buenos con otros un poco peores, sabía que la tendencia era ir perdiendo segundos a medida que avanzaba la carrera.
Por el kilómetro diecisiete empiezo a quedarme y veo a Pili alejarse poco a poco, pero era una buena decisión, yo no estaba para más y haberme empeñado en seguirla no me hubiera aportado nada positivo. Por fin llego a la media y muchos corredores acaban su participación, afortunadamente para los maratonianos, aunque los de los relevos nos van a acompañar toda la carrera. Mi paso es lento, 1h36', pero los ánimos de Marisa me hacen ser positivo de cara a la segunda mitad que encaro con ilusión.
Entonces llegan mis peores momentos, ya no veo a Pili ni a lo lejos y empiezo a tener molestias en los isquios que se quejan de falta de descanso. En el km 24 me da un fuerte tirón en el abductor izquierdo, estoy a punto de pararme, pero decido reducir el ritmo y seguir; no quiero caminar y mucho menos retirarme, así que me olvido de las molestias, readapto el ritmo y pienso en mi siguiente objetivo, el km 31, donde volveré a ver a Marisa y los niños.
El km 31 está al lado del precioso estadio Ernst Happel y se llega cruzando, de nuevo, el Prater; vuelvo a ver a Pili, pues me cruzo con ella y calculo que no me lleva tanto, pero no creo que sea capaz de pillarla. Ya por entonces me he tomado mis primeros dos geles, estoy animado y aún más cuando vuelvo a ver a Ángela y a Marisa en una curva; sólo quedan 10 km y mis piernas están bien, lentas, pero bien.
No me gusta cruzar parques en los maratones, pero Viena me ofrece dos tazas, porque el segundo paso por el Prater me parece aún más tedioso, aunque sea un lugar agradable. Por fin abandono la parte verde y quedan 6 kilómetros en los que volveré a cruzar el centro de la ciudad para llegar a la meta. Mi ritmo ya está en torno a los 4'45-4'50'' y me propongo intentar no bajar de 3h18'.
La parte final es la más emotiva de la carrera, el centro está lleno de gente y aunque no animan demasiado, parece que voy en volandas hacia la meta, sin miedo a las molestias ni al cansancio.
Acelero lo que puedo tras el km 40 y acabo casi espiritando en la recta de meta, para conseguir un cono de 3h17'58'', que como me comentó mi amigo Alfredo Varona, es un tiempo muy digno.
Pili me espera detrás de la línea de meta, nos abrazamos, nos felicitamos y comentamos la carrera. Ha caído el 21º maratón, he vuelto a derrotar a la distancia de Filípdes y he disfrutado mucho en el intento. A pesar de la discreta marca, mi balance de este maratón es positivo, pues la experiencia ha sido buena y he disfrutado corriendo esta bonita carrera. Ahora toca descansar y reflexionar sobre el futuro, pero eso os lo contaré en otro post.