Es evidente que una organización modesta, como la de Ravenna, no cuenta con tantos medios como los de otros eventos más importantes, pero con un presupuesto pequeño es posible hacer una buena carrera, que se ocupa principalmente del bienestar de los corredores, sin olvidar al público de una ciudad que se vuelva con su maratón.
Puede que la falta de un gran presupuesto sea la razón por la que la página web de la carrera no es de las mejores que conozco y además es compartida con otras carreras, pues pertenece al Ravenna Runners Club; sin embargo, cumple su función informativa y de registro, aunque su diseño no sea muy novedoso.
El local elegido para la feria del corredor es un palacete en pleno centro de la ciudad, así que se queda un poco pequeño para la cantidad de visitantes que tiene, pero la recogida del dorsal es ágil y la visita es muy interesante, pasando de habitación en habitación donde, sobre todo, hay stands de maratones italianos, aunque también de patrocinadores de la prueba, incluyendo el de Diadora, la marca deportiva que tiene un pequeño puesto con merchandising de la prueba.
Ravenna es una ciudad pequeña y su centro histórico se recorre durante la carrera, de manera que no se puede acceder a la zona de salida ni en coche, ni en transporte público, por lo que la organización fleta unos autobuses/lanzadera desde un gran aparcamiento en las afueras de la ciudad, hasta el centro. El servicio es rápido y cómodo y además puede ser utilizado indistintamente por corredores y sus acompañantes, sin restricciones.
La carrera comienza en la céntrica Via Roma, frente al museo de Arte de Ravenna; la zona de salida está bien organizada, aunque con las típicas esperas en los camiones/ropero y en los baños, que no son demasiado numerosos, así que la gente utiliza una zona arbolada aledaña por la que también se puede calentar sin agobios. Se sale por una calle amplia en la que se definen unos cajones que están bien controlados. Tras el pistoletazo de salida, la carrera discurre por los lugares más emblemáticos del centro histórico aunque se puede correr con suficiente fluidez. Pero los primeros errores se ponen de manifiesto en el primer avituallamiento, el de los 5 Km, donde no pude beber porque no había agua para todos; el problema no sólo es ese primer puesto, sino todos los demás, pues son muy cortos y los voluntarios no dan abasto para reponer con suficiente rapidez, aunque, lógicamente, el problema se minimiza con los kilómetros cuando la carrera se estira de verdad. Después de ese primer avituallamiento, la cosa tampoco mejora, pues la carrera cruza un parque por un camino estrecho y de tierra, lo cual me hace pensar en lo molesto que sería si hubiera llovido.
Pronto se abandona la ciudad por una carretera que lleva a San Apolinar in Classe, donde tras rodear un parque se vuelve por donde se ha venido hasta coger otra carretera que lleva a la Marina de Ravenna; es entonces cuando se cruza la media y se sigue por una carretera muy escasa de público hasta llegar a dicha Marina, donde se da la vuelta sin ver el mar y se vuelve por otra carretera paralela a la anterior. Se llega a la ciudad de nuevo para recorrer los últimos kilómetros y de nuevo se pasa por otro parque por si no había suficiente con el primero; los kilómetros finales ya discurren por el centro, con mucho público y una bonita llegada en la misma avenida donde partió la carrera.
Una vez que cruzas la meta te cuelgan una preciosa medalla realizada con mosaico; para realizar la medalla, se toman como modelo los adornos de la iglesia de San Vital y se hacen una por una en un taller de la ciudad; no hay dos medallas iguales, son artesanales y realmente bonitas. Luego puedes recuperarte un poco en una zona de avituallamiento donde no falta de nada: bebidas, fruta y hasta pasta y vino, porque el avituallamiento está abierto, no es sólo para corredores, sino que todos están invitados al final de fiesta. Una gran idea.
La maratona di Ravenna es una carrera bien organizada, con fallos subsanables, pero se nota que se realiza un gran esfuerzo para dar un trato exquisito a corredores y acompañantes; en una época en la que las carreras tratan de aumentar la participación a toda costa disminuyendo los servicios a los atletas, es muy grato descubrir que en algunos lugares todavía se organizan las cosas a la antigua usanza y a fuego lento.
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