A las 4:45 de la madrugada sonaba el despertador de mi habitación el día 6 de noviembre de 2011; como es mi costumbre, todo estaba preparado desde el día anterior, así que me tomé con calma una ensalada de frutas y un yogur con cereales antes de vestirme y tras recibir los últimos ánimos de Marisa, salir hacía Times Square para coger el metro que me llevaría al ferry de Staten Island. La temperatura era agradable, no había nubes y apenas soplaba el viento, condiciones ideales para correr, me dije. En el metro me encontré con cuatro amigos del foro con los que tuve una agradable conversación hasta la llegada al muelle. Allí, nos separamos para entrar, pero nos volvimos a encontrar al llegar a Staten Island, después de cruzar el río Hudson al amanecer con la vista de la estatua de la libertad en el horizonte. Una vez en la isla, un autobús nos llevó hasta la zona de salida, a la que llegamos con dos horas escasas de antelación a pesar del madrugón. Allí, cada uno tenía una zona distinta de salida, por lo que volvimos a separarnos tras desearnos suerte.
Tras cambiarme y dejar la ropa en el camión, me dirigí a mi "corral", donde me pude relajar un rato sentado en el suelo mientras esperaba la llamada para la salida, que se produjo poco más tarde, alrededor de las 9 de la mañana. Faltaban 40 minutos de nervios, algunos ejercicios de movilidad articular y una charleta con Sebastián, un argentino que corría por segunda vez en la gran manzana.
Por fin suena el himno americano interpretado por una cantante, sospecho que de color y justo al finalizar suena el pistoletazo de salida amenizado por el "New York New York" de Sinatra. Son momentos de gran emoción, pues, aunque salgo por el nivel del puente de Verrazano, la visión de Manhattan a mi izquierda es espectacular; procuro calmarme y poner un ritmo cómodo, sin forzar pues se empieza cuesta arriba durante la primera milla, que completo en 7'15'' antes de iniciar el descenso que me lleva a Queens.
Mi ritmo es bueno, algo rápido, por debajo de los 7 min/milla, así que decido ir más lento, mis piernas están un poco frías aún, así que decido no forzar nada. La gente anima mucho, oigo varios "Go Chuli" y también "Vamos Chuli" y lo agradezco, pero con el paso de las millas empiezo a buscar a mis amigos en los laterales, hasta que alrededor de la milla 8 los encuentro, me gritan , la gente los mira debido a su colorido y entusiasmo y a mi me da el primer subidón de la carrera, pero sigo manteniendo la calma.
Al paso por la milla 10, mi ritmo se mantiene en unos 7 min/milla, sigo bien, sin síntomas de cansancio y ya cerca de la media que pretendía pasar entre 1h32' y 1h33', pero con mi ritmo puede que pase con bastante antelación, así que sigo aminorando un poco el ritmo para llegar fresco a la segunda mitad de la carrera, mucho más dura que la primera.
Paso la media en 1h31'07'', quizás demasiado rápido, pero tengo confianza porque voy como un tiro. El paso de las 13,1 millas se realiza cuesta arriba en un pequeño puente que es un simple aperitivo de lo que me espera: el paso del Queensboro. Dicen que si pasas bien el puente de Queensboro, el maratón es pan comido y puede ser que sea así porque el cruce es bastante duro; cruzamos el puente por el nivel inferior, en el que se produce un efecto de chimenea que incrementa la fuerza del viento, lo que unido a su considerable pendiente, hizo que me resultara bastante largo el llegar al punto medio en el cual se inicia un descenso, que tampoco pude aprovechar bien debido al dios Eolo.
Necesitaba recuperar y me tomé el primer gel antes de callejear un poco y entrar en la mítica primera avenida, repleta de un público entusiasta y colorido que lleva en volandas a los corredores. Había que mantener el ritmo, pero sin enloquecer, así que seguí el consejo de Depa y me pegué a la espalda de dos bigardos yanquis que llevaban un buen ritmo y me resguardaban del viento; noté sus miradas en alguna ocasión como preguntándose que hacía un español chaparro siguiéndolos, pero no me di por aludido y seguí a lo mío, hasta cobrar mi venganza unas millas más adelante cuando se quedaron tirados detrás de mi.
Mi ritmo iba disminuyendo poco a poco, pero mis cálculos seguían siendo muy esperanzadores, muy por debajo del objetivo de las 3h10'. No me importaba, sabía que podía perder algo más al final, pero tenía mucho margen. Se acaba la primera avenida, me tomo el segundo gel entro en el Bronx, donde el ambiente es más frío y el paisaje más feo; empiezo a notar cansancio, pero resisto pensando en mis tiradas largas por Alcalá, donde podía con todo. No he visto a Marisa y a mis amigos y sé que no van a estar en el Bronx, así que confío en verles en Central Park.
Por fin salgo del Bronx, me queda poca gasolina y agoto mi último gel. Ahora hay que llegar a Central Park y rematar la faena, pero la avenida pica ligeramente hacia arriba y se me hace interminable. Miro el reloj, voy bien, he bajado algo mi ritmo pero la previsión es machacar mi marca. Entonces llega el primer problema, un runner tirado en medio de la calle y atendido por el servicio médico; los esquivo, pero un voluntario sale del grupo y me hace frenar en seco y esquivarlo, noto que mis piernas se quejan. Me preocupo, pero queda poco y al fin, al fondo, el parque deseado.
Entro en Central Park, empiezo a notar sensaciones extrañas en las piernas, ¡hay que mantener el ritmo!. Voy bien de fuerzas, faltan dos millas, pero las piernas hacen cosas raras; comienza una cuesta, la penúltima y al fondo veo a Marisa y mis amigos. Me da un calambre en una pierna y al instante otro en la que me quedaba sana, me paro, estiro:"joder, la he cagado". Mis amigos miran con extrañeza, ¿qué le pasa?, pero yo continúo y justo cuando paso por delante de ellos otros dos calambres, más fuertes aún y vuelvo a parar, no puedo andar. Me preguntan que pasa y les digo que las piernas están acalambradas del todo; me animan, ni Marisa me pide que me retire, todos me animan a seguir y lo hago. Pero vuelvo a pararme, mis piernas no van; Rafa se acerca, me pregunta si puede hacer algo y Marisa llega y me besa, me dice que adelante. ¿Y que hago yo? Seguir, no hay más opción.
Comienzo a correr, llego a la cima en la que se pasa por el kilómetro 40 y allí Jorge y Camilo me gritan: "Vamos, con dos cojones" y así lo hago, porque mi reloj me dice que aún lo puedo conseguir y la cuesta abajo me permite volver a mantener un buen ritmo. ¡Puedo, coño, puedo!. Pero es un espejismo y unos metros más adelante otro zurriagazo y otro parón. Son momentos duros pero emotivos; la gente me grita, me anima en español: "vamos Chuli, no te rindas". No me puedo rendir, hay que llegar, vivo o muerto, pero quiero llegar. Corro, me paro, corro, me paro; la gente grita, las piernas me duelen, pero huelo la meta. Me da igual la marca, ¡Voy a llegar!.
Calculo que hice unas 10 paradas con sus consiguientes estiramientos antes de enfilar la línea de meta, que crucé prácticamente andando, sin gloria, sin conseguir la marca que merecía, la que me había ganado después de entrenar muy duro, la marca que tengo en mis piernas. Unos calambres me habían privado de redondear mi mejor maratón, pero no me habían privado de recibir mi medalla de finisher, una medalla que tiene un gran valor, porque no me rendí, porque supe sobreponerme al dolor físico y moral y porque un tío de Pucela nunca se retira y llega con dos... riñones.
Había acabado mi decimoprimer maratón en 3h 12' 47''y era el momento de acordarme de mis amigos en España, de mi familia, de un genio llamado Depa, de mis amigos en Nueva York y sobre todo de mis hijos y de Marisa que volvió a ofrecerme el mejor momento de la carrera con su abrazo al reencontrarnos; un abrazo que, esta vez, tenía mucho más valor, porque después de tener la presa en la mano, se esfumó en dos millas de infortunio. Pero esto no se ha acabado aquí, queda Chuli para rato.
2 comentarios:
Bravo, chulipan. No sabes cómo te comprendo. Más de una vez he pasado por lo mismo que tú. Da pena no haber podido cumplir las expectativas, pero a la postre uno se siente contento y orgulloso de haber conseguido acabar, algo que en el momento parece casi imposible. Un abrazo y a por la próxima.
Iñaki Vredaman
Chulipán me ha encantado tu crónica (las tres partes). Creo que lo que hiciste es más que una mejoría en tu marca personal, echarle aquellas ganas y valor, terminar a pesar de todo... vale más que una MMP. Sin lugar a dudas para mí es todo un tiempazo el que conseguiste, así pues, FELICIDADES.
Un abrazo.
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