lunes, 11 de abril de 2011

El maratón y sus sensaciones

Desde el primer día del año hasta hoy, he entrenado 70 días, en los que he recorrido 1037 kilómetros en 86 horas y media a un ritmo medio de 4'57'' cada kilómetro. Estas cifras muestran de manera objetiva el esfuerzo que he realizado para conseguir un estado de forma óptimo que me permita realizar un buen papel en mi décimo maratón: el London Virgin Marathon. 
Pero hoy, cuando falta una semana para la gran cita, no quería hablar de kilómetros, de ritmos, de series, de rodajes... pues muchos de los que leéis el blog no sois unos expertos en estas materias. Para que todo el mundo me entienda, es mejor hablar de sensaciones, las sensaciones que percibe un runner cuando decide correr el maratón, cuando entrena para lograr su objetivo y por último, cuando logra hacer realidad su propósito.
El maratón comienza el día que decides correrlo, pues desde ese momento comienzas a imaginar como serán esos 42,195 kilómetros que te esperan un día determinado a una hora determinada. Es el día en el que tu sensación es de inquietud, pues queda mucho por hacer y hay que hacerlo bien para conseguir tu objetivo. Esa inquietud se transforma en ilusión el día que te inscribes en la carrera y sobre todo en los tiempos que corren, pues conseguir un dorsal en algunas carreras es harto complicado. El día que te apuntas, sabes que ya no hay vuelta atrás y que hay que ponerse serio con el entrenamiento. Podría decir que el sentimiento que se produce es el de ansiedad, porque quedan por delante muchos días de entrenamiento y hay que planificarlo bien para que todo salga a pedir de boca.
El tiempo pasa y los sentimientos son cambiantes de acuerdo con tus días de entrenamiento: desánimo cuando las cosas salen mal, euforia cuando salen bien o simplemente cansancio porque pasan las semanas y se acumulan los kilómetros. Hay momentos en los que piensas en dejarlo todo, dejar de salir cuando hace frío o llueve, dejar de trasnochar para cuidarte o dejar de controlar tus comidas. Pero todo buen runner sabe que correr no es un deporte sencillo y que su dureza forma parte del día a día del corredor.
Cuando se acerca el maratón y comienzan a aparecer las dudas; dudas sobre el estado de forma, sobre que zapatillas llevar a la carrera, sobre la estrategia a seguir... También empiezan a dolerte músculos que nunca te habían dolido, incluso a veces parece que te estás poniendo enfermo, pero en realidad es el efecto del miedo. Ahora mismo estoy en esos días, queda muy poco tiempo y me gustaría tener todo controlado, pero eso es imposible y lo que pase el domingo dependerá de muchos factores que no puedo manejar.
Los dos días previos al maratón son días de nervios, de inquietud. Debo evitar pasarme demasiado tiempo de pie de visita turística, debo evitar las bebidas con gas, debo evitar pensar en la carrera... pero siempre acabo andando más de la cuenta, revisando mentalmente el recorrido o consultando la previsión meteorológica. La noche previa es también movidita, nervios, dudas, dolores... todo contribuye a que no pueda dormir tan bien como debiera.
Suena el despertador, me levanto, me visto, me voy a desayunar, normalmente solo. Entonces, mientras preparo cuidadosamente mi desayuno, me tranquilizo y empiezo a sentir ese hormigueo en el estómago que indica que el gran momento se acerca. Después me dirijo a la carrera, ya no hay nervios, sino ansiedad por comenzar a mover las piernas. Me preparo, caliento, me dirijo a la salida y por fin un disparo indica el inicio de otro maratón.
Con el disparo se acaba todo, se acaban los nervios, el miedo, la ansiedad... Quedan 42,195 kilómetros, 26,2 millas para disfrutar, esforzarse, sufrir y luchar por un objetivo. Lo que pase en la carrera os lo contaré cuando acabe, porque a día hoy, lo único que tengo claro es que, pase lo que pase en la carrera, cuando llegue volveré a sentir la alegría de encontrarme con mi familia.

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