martes, 12 de marzo de 2024

Tras las huellas de Bikila

Un 10 de septiembre de 1960, al atardecer, se disputaba el maratón olímpico en Roma; Abebe Bikila calentaba en la zona de salida después de conseguir su plaza debido a la lesión de un compañero jugando al fútbol. Aquel año, Adidas patrocinada los juegos y proporcionó zapatillas a todos los participantes, excepto a Bikila, a quién no le sentaba bien ningún par, supuestamente por el gran tamaño de sus pies. El espigado atleta etíope decidió correr descalzo, ante la atónita mirada de participantes y afición congregados en la salida, justo debajo de la imponente estatua de Marco Aurelio.

Nadie sospechaba que esa noche el atleta etíope iba a hacer historia, tras correr destacado una gran parte de la prueba junto al gran favorito, el marroquí Rhadi, al que dejó atrás a falta de 3 kilómetros para meta para imponerse con un tiempo de 2h15'16'', récord del mundo. La meta, ubicada bajo el Arco de Constantino fue la guinda perfecta de un maratón que ya es historia de los Juegos Olímpicos; un arco que también observará a los participantes de la Maratona de Roma que se celebra el próximo domingo, del que seré de la partida.

Roma siempre ha estado en mi "lista de deseos" maratoniana, no sólo por que fue el centro del mundo durante muchos siglos, también por poseer un patrimonio artístico envidiable, por ser sede del Vaticano, por ser la capital de Italia y la ciudad que vio nacer a la loba capitolina, a Julio César, a Virgilio, a Rafael, a Boticelli, a Pietro Mennea o a Francesco Totti. Roma es una ciudad apasionante donde hay que correr, al menos, una vez en la vida y ya me tocaba.

Por delante me esperan 42,195 kilómetros llenos de arte, pues la carrera comienza y finaliza a los pies del Colíseo tras pasar por lugares tan emblemáticos como la Basílica de San Pablo, el Vaticano, el Foro Itálico, la Piazza del Popolo y la Plaza de España; un recorrido similar al que completó Bikila en aquella mítica carrera. Pero no todo son buenas noticas, pues en la ciudad de las siete colinas es difícil diseñar un recorrido plano, lo que unido a una parte final que discurre por calles adoquinadas, vaticinan una prueba dura y sufrida hasta el final. Al menos, parece que el tiempo va a acompañar.

Acudo ilusionado a Roma, pero también cauto después de las dos últimas maratones disputadas, donde acabé con muchos problemas; correr lesionado en Zaragoza me pasó una factura de casi dos meses parado que no permitieron una preparación adecuada para Adelaida, donde los calambres me machacaron; luego llegó Estambul, donde otra lesión muscular no me dejó llegar con los kilómetros necesarios a la cita, en la que sufrí lo indecible. Tras un parón obligado en diciembre por motivos de salud, he completado una preparación bastante regular y sin sobresaltos para llegar a Roma con garantías de disfrutar la carrera, objetivo primordial de esta prueba. Me da igual la marca, me da igual la posición, lo que persigo esta vez es volver a disfrutar de la carrera plenamente y espero hacerlo porque el volumen de mis entrenamientos ha sido muy alto, bastante adecuado para afrontar la distancia de Filípedes con garantías; otra cosa distinta es saber si voy a poder aguantar un buen ritmo, espero que si, porque quiero recuperar mis buenas sensaciones.

Como es normal, no viajo solo a Roma, mi fiel afición me acompaña de nuevo; esta vez la expedición consta de 11 personas, Carlos, Myriam, Encho, Toli, Camilo, Marta, Rafa, Maguy, Ana, Daniel y obviamente Marisa. Aparte del colorido que van a dar en las calles romanas, van a ser esenciales en mi rendimiento, pues sus ánimos siempre me dan la fuerza necesaria para seguir sufriendo si es necesario. Espero brindar con ellos por el éxito con una cerveza italiana bien fría tras cruzar la línea de meta.

La hazaña de Bikila se me quedó grabada hace años cuando leía cualquier libro que caía en mis manos sobre los Juegos Olímpicos; el atleta etíope fue la primera y una de las principales inspiraciones que me llevaron a ponerme un dorsal para correr un maratón. El domingo le rendiré homenaje corriendo por las calles por donde él corrió y  donde nació su mito, obviamente a un ritmo mucho más modesto, pero conservando ese comportamiento atlético que tanto admiro: humildad, constancia y sacrificio, algo que define al buen maratoniano. 

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