Se acabó el sueño de los aficionados vallisoletanos y el mío propio porque el Pucela fue eliminado por el Elche en la primera eliminatoria del play off por el ascenso. No es mi intención hablar del partido, de la polémica que ha suscitado la actuación arbitral y el mal juego de mi equipo, pero es un partido que me da pie a hablar del fair play, ese juego limpio tan inusual en el deporte rey.
Y es que los jugadores ilicitanos dieron un auténtico recital de juego sucio, marrullería y engaños después de conseguir el gol que los clasificaba. Un gol, que llegó una media hora antes del pitido final, lo cual les permitió exhibir un amplio elenco de tretas a cada cual más sucia. Lesiones fingidas, pérdidas descaradas de tiempo, protestas constantes... No voy a negar que defendían sus intereses, pero este tipo de actitudes representan lo más bajo del deporte, porque no sólo pretenden engañar al árbitro, sino que engañan a sus propios compañeros de profesión, aquellos que tiene el mismo objetivo por el que deben pelear supuestamente en buena lid.
En mi opinión, la rivalidad entre atletas es distinta. Es cierto que hay algunos que intentan hacer trampas con el dopaje, pero en cualquier carrera se pueden encontrar un montón de actos solidarios entre corredores, especialmente en las carreras populares, donde se compite contra uno mismo y quizás por eso, se respeta a los rivales e incluso se les ayuda si es preciso. No es extraño ver atletas animándose, aún sin conocerse, compartiendo agua o geles o charlando amigablemente.
Que el deporte sea limpio es una labor de todos, pero fundamentalmente de los deportistas profesionales, que son espejo en el que se miran los niños. Hombres como Chema Martínez, Luismi Martín Berlanas o Martín Fiz han demostrado en numerosas ocasiones que saben estar con los populares, dando ejemplo junto a ellos. Como futbolero, me gustaría que las figuras del deporte hicieran lo mismo más a menudo, pero me conformaría con que demostraran solidaridad entre ellos cuando compiten. ¿Es mucho pedir?
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