Ayer tuve una jornada especial de entrenamiento y no fue porque incluyera ningún ejercicio específico, sino porque lo hice a una hora poco habitual, las 6 de la mañana. La razón para pegarme el madrugón, fue que tenía un día complicado, porque trabajaba de mañana y tenía cosas que hacer por la tarde y con el calor sofocante era difícil salir a mediodía. El calor me ha condicionado mucho este verano y de hecho, esta era la segunda vez que salía a correr a estas horas.
A las 6 de la mañana aún es de noche, el sol sigue "durmiendo" y las calles de mi urbanización están completamente desiertas, a excepción de algún que otro gato despistado.Todos parecen estar dormidos, salvo los vigilantes nocturnos y el silencio es absoluto, quebrado solamente por el impacto de mis pisadas. No hace calor, pero tampoco es una mañana fresca y se nota porque empiezo a sudar enseguida.
El recorrido que realizo es el habitual con correcciones, pues la oscuridad no aconseja adentrase en los caminos, desprovistos de luz artificial. Por eso, el recorrido se desarrolla dentro de las urbanizaciones colindantes, donde con el paso del tiempo comienzan a aparecer algún que otro vecino que se dirigen al trabajo en su coche, desesperazándose aún de la noche estival.
Correr de noche es relajante, tranquilo, ayuda a dejar correr tu imaginación, concentrado sólo en el asfalto, en tus piernas, en tu carrera. Estaba sólo y quería estar solo, esos setenta minutos en los que completaba mi entreno diario, sin coches, sin perros, sin vecinos, sólo yo. El sol fue apareciendo poco a poco por el horizonte y cuando llegaba a casa se atisbaban los primeros rayos de la mañana. Pero yo había acabado, empezaba mi día y no podía empezarlo mejor.
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