Es normal que una de las ciudades más grandes del mundo albergue un maratón masivo que reúne a 30.000 atletas cada año, un evento festivo que tiene un gran impacto en una ciudad que se paraliza durante la carrera; esa parálisis se debe a que la organización de la prueba ofrece un recorrido espectacular por la vías principales de CDMX, lo cual facilita a los habitantes de la ciudad disfrutar plenamente del acontecimiento.
A fin de adaptarme a la altitud, llegué con una semana de antelación al país centroamericano y la ciudad ya lucía cartelería relativa al maratón; es más, durante el fin de semana pude ver grupos de entrenamiento oficiales corriendo por el bosque de Chapultepec, uno de los puntos importantes del recorrido de la prueba. Siete días antes de la prueba, la ciudad respiraba maratón.
Tras un pequeño viaje por ciudades la norte de CDMX, regresé el viernes a la ciudad, pero la feria llevaba funcionando desde el jueves; el sábado mañana me pasé por el World Trade Center, donde estaba instalada una feria pequeña teniendo en cuenta el alto número de participantes. Aunque la recogida del dorsal era rápida, los pasillos de los expositores estaban congestionados y tardamos un buen rato en completar el recorrido. El ambiente era excepcional, plagado de corredores y curiosos haciendo fotos y disfrutando la previa de una prueba muy especial.
La prueba comienza muy pronto, las 6 de la mañana en las inmediaciones del estadio olímpico universitario y a pesar de la hora, muchos aficionados se concentrar a animar a los corredores en la salida de la competición. A partir de ahí, se inicia un largo recorrido por la Avenida Insurgentes en la que siempre se encuentra gente animando; no hay puntos de animación establecidos por la organización, pero no es necesario, muchos aficionados ponen música espontáneamente o bailan para crear un ambiente más festivo. Tras recorrer Insurgentes, se entra en el bosque de Chapultepec, la animación disminuye un poco en los kilómetros que se recorren por el parque, pero una vez que se entra en Reforma, el público vuelve a aparecer y cada vez en mayor número. A medida que la carrera avanza la animación es mayor, el paso por Polanco es también remarcable, pero son verdaderamente espectaculares los último kilómetros en los que se pasa por la Alameda Central, Francisco Madero, para luego volver a girar y entrar definitivamente en el Zócalo donde el público se agolpa hasta en tres filar por detrás del vallado.
Hacía mucho tiempo que no corría una carrera con tanta afluencia de público, es evidente que los habitantes de CDMX salen a la calle el día de su maratón y lo hacen para animar sin parar a los 30.000 esforzados, porque lo espectadores de esta carrera no solo miran, animan y lo hacen sin parar. Sin duda, el público ayuda mucho para alcanzar la meta, aunque yo siempre viajo con la ayuda asegurada y esta vez el equipo era un auténtico lujo, mi familia. Alonso, Carmen, Ángela y Marisa, que improvisó una bandera española para animar, me dieron esos ánimos que siempre necesito, aunque esta vez los necesité un poco más que en otras ocasiones.
Un diez para ellos, pero la nota del público en general también fue un sobresaliente; el maratón de Ciudad de México es un a prueba complicada, dura para los que vamos a correr desde tierras más bajas, pero vale la pena solamente por la animación en las calles. Da gusto correr así, sintiendo el calor no solo ambiental, sino del público. Una experiencia inolvidable.
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