sábado, 6 de octubre de 2018

Maratón de Chisinau (1) - El ambiente

Una de las preguntas que más me han repetido en los últimos meses ha sido la relacionada por la ubicación de Chisinau, la ciudad que elegí para completar mi 33º maratón; espero que todos los que me lo habéis preguntado y los que no , hayáis puesto ya a esta ciudad en el mapa, pues es la capital de Moldavia, un pequeño y humilde país que linda con Rumanía por el sur y con Ucrania por el norte. Esta ciudad tiene un pasado muy turbulento pues ha sufrido varias destrucciones, pero actualmente conserva cierto aire soviético heredado de su pertenencia a la extinta URSS mezclado con nuevos edificios que parecen intentar abrirse a la cada vez más amplia Unión Europea.
Dejando a un lado temas políticos, se puede decir que Chisinau no es una ciudad bonita, pues. a pesar de ser una de las capitales europeas con más zonas verdes, carece de un centro histórico definido y sus monumentos más visitados serían ignorados en cualquier otro lugar. Lógicamente no estamos hablando de una ciudad turística, es más, los turistas que pululan por la ciudad son escasos o casi nulos y estoy convencido que pocos corredores foráneos se acercaron a disputar el maratón de Chisinau como único propósito, pues por lo que vimos, la mayoría era gente que trabajaba por la zona.
Pero como bien sabéis, mi grupo y yo nos desplazamos a Moldavia con la única intención de hacer turismo, empaparnos de la cultura y gastronomía moldava, catar sus afamados caldos y en mi caso, correr un maratón, más en un país que poca gente pone en el mapa, pero que aconsejo descubrir a aquellos que se sientan aventureros.
Dicho esto, es fácil deducir que el ambiente maratoniano foráneo estaba reducido a un grupo de animosos españoles, pero el objetivo  principal de la prueba no es atraer a numerosos corredores extranjeros sino a crear una auténtica fiesta deportiva que implique a todos los habitantes de la ciudad, desde niños a adultos, mejor o peor preparados, porque se disputan distancias desde los 1,5 Km hasta los 42,195 que hizo famosos Filípedes.
Y la fiesta se celebra por todo lo alto, en pleno centro de la ciudad, con el arco de triunfo moldavo como testigo de la salida y llegada de los esforzados atletas; la explanada ubicada sirve de base de operaciones donde se celebra la feria del corredor y la recogida de dorsales; las calles aledañas se cortan al tráfico desde el sábado para la disputa de las pruebas infantiles y no se vuelven a abrir hasta el domingo por la tarde; no es difícil imaginar, que esa zona se convierte en el centro neurálgico de la vida de Chisinau durante ese fin de semana, con constante movimiento de atletas y voluntarios.
Durante la disputa de las pruebas, la animación es la calles es mejorable, pues la mayoría de la gente mira inopinadamente el paso de los corredores, aunque hay una serie de puntos en los que voluntarios o espontáneos montan un pequeño show con música y animadoras que hacen más agradable el recorrido. Teniendo en cuenta que es un circuito al que se dan cuatro vueltas, se podría decir que cumplen con dignidad, aunque sin pasar de eso.
Mención especial merecen los únicos aficionados que portaban banderas y animaban a a los atletas, lógicamente, mis afición, que dieron una nota especial a la carrera y fueron el centro de atención de muchos moldavos que se acercaron a fotografiarlos o hablar con ellos; Carlos, Myriam, Encho, Toli, Jorge; Ana y Rafa, capitaneados por Marisa, volvieron a demostrar que son los auténticos número uno.
Por todo lo anterior, considero que el ambiente de este humilde maratón es bastante mejor que el de muchas otras pruebas que se celebran en ciudades mucho más grandes y con más recursos; el centro  Chisinau se respira un ambiente sano y deportivo que suele gustar a los maratonianos como yo y estoy convencido que poco a poco irán consiguiendo aumentar la participación de atletas extranjeros que tanto anhelan.


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