Las previsiones meteorológicas anunciaban llovizna el día de la carrera, e incluso Zeus lanzó alguno de sus truenos sobre la ciudad helena el sábado por la mañana, pero cuando me desperté a las 5:30 de la mañana del domingo, el cielo estaba despejado y las previsiones para la carrera eran de sol y temperatura agradable (unos 15º).
Me monté en el autobús de la organización a las 6:45 de la mañana, tras haber desayunado en el hotel con tranquilidad; el trayecto no me resultó muy pesado, pues eché una cabezada larga y cuando desperté, ya estaba llegando a Maratón, donde parece ser que están las llanuras de la famosa batalla, aunque yo sólo veía montes por todos los sitios. Me encontré con unos gaditanos con los que había coincidido en el avión, nos hicimos una foto y los animé un poco, pues era su segunda experiencia maratoniana. Había mucha gente en la zona de salida y me costó alcanzar la pista de atletismo, donde, tras pasar por el baño, me cambié, me preparé y tras entregar la bolsa en el correspondiente camión, me puse a calentar.
Tenía tiempo suficiente para calentar, de manera que me relajé y me puse a dar vueltas por la pista animado por estar en un lugar tan emblemático y por el sirtaki que sonaba por megafonía, interrumpido a veces por un speaker hiperactivo que ofrecía información y eslóganes sin parar.
Unos diez minutos antes de la salida se realiza un juramento (creo que un juramento maratoniano) y aunque el speaker lo recita en griego, me uno a la mayoría levantando el brazo derecho, supongo que para jurar algo que no entiendo, pero que respeto y me resulta emocionante. Por fin nos mandan a la salida, me sitúo en mi cajón, donde hay espacio suficiente para empezar sin agobios y mientras suena música de Vangelis (1992, El Descubrimiento), me conjuro para hacer una buena carrera sin desgastarme. Con la cuenta atrás, la música cambia y la salida se anima al ritmo de "Misión Imposible", una buena manera de comenzar un maratón tan duro como este.
El perfil de la prueba que da la organización parece plano al principio, pero mi percepción es que la carretera pica hacia arriba desde el primer kilómetro, en el que se cruza la ciudad de Maratón, para luego desviarse y hacer un recorrido circular alrededor de un monumento a los caídos. En esos momentos llevo un ritmo pausado, sin forzar, entre los 4'30'' y los 4'35'', consciente de que queda mucho terreno empinado y es necesario guardar fuerzas.
Coincidí con varios españoles en estos primeros kilómetros, unos de Cáceres, otro de Asturias, otro canarión... y con todos ellos hablé un rato antes de dejarlos atrás; por entonces ya se respiraba una tensa calma, pues todos sabíamos que a partir del kilómetro 10 se desataba batalla.
Y vaya si se desató, porque el terreno que picaba ligeramente hacia arriba, se había convertido en una subida constante y cada uno tuvo que elegir el ritmo que más le convenía para aguantar el tirón. Yo bajé un poco el pistón, rodando a unos 4'40'', con la vana esperanza que el terreno me se aplanara con los kilómetros; me estaba engañando, sabía que la subida duraría hasta el kilómetro 30, pero hasta el kilómetro 17 el recorrido daba algunos respiros en forma de bajadas de corta duración.
Empezaba a estar cansado cuando pasé por la media en 1h 38'14'' y empecé a dar vueltas a la cabeza sobre lo que me quedaba, aún la mitad de un recorrido en el que ya habían finalizado los descansos y la carretera seguía subiendo por tramos, que cuando se acababan enlazaban con otra subida. Además hacía calor y humedad debido a las lluvias de los día previos y los fantasmas de Quebec surgieron en mi mente; pensé en pararme, en volver a rendirme, pero no podía hacerlo, no me iba a rendir por segunda vez consecutiva y afortunadamente pude sopesar la situación y darme cuenta que el calor no era tan fuerte como el de Quebec y además la cuesta se iba a acabar el km 31, por tanto, había que echarle valor, seguir y olvidarse del cansancio.
Como el recorrido es lineal y el metro sólo llega hasta el km 28, Marisa y mis amigos decidieron que sería ese punto en el que me iban a animar y así les daría tiempo suficiente para volver al estadio a verme entrar. Yo sabía que me esperaban en ese kilómetro, así que establecí el 28 como primer objetivo y el km 31 como el segundo; había que llegar a ver a mi afición y la diosa Atenea me iba a echar una mano en forma de nubes que me permitieron olvidarme un poco del calor. Entonces decidí tomar mi segundo gel (el primero cayó en el km 20) y mientras lo hacía vi a un chavalín de unos 4 años al otro lado de la carretera con su brazo estirado para chocar palmas; no me lo pensé, me crucé de lado y le choqué los cinco al pequeño heleno, lo cual me supuso un aplauso y ánimos de la gente allí congregada. Esos aplausos me animaron tanto que avivé el ritmo y me fui directo a ver a mi afición, que como siempre, estaban en el lugar pactado con sus banderas y pancartas para darme ese empujón que vale mucho más que cien geles.
Por entonces yo volvía a estar animado, volvía a aplaudir al público y a animar a atletas a mi alrededor y además, sólo faltaban 3 kilómetros de subida; "está chupado Chuli" me repetía una y otra vez.
Llegó el 31 y comenzó una bajada tendida de casi 800 metros en la que empecé a disfrutar de la carrera, a pesar del dolor de mis cuadriceps, que tenían que adaptarse al nuevo perfil. Pero el dolor no importa cuando sabes que vas bien y yo me notaba fuerte, había soportado los durísimos primeros 30 kilómetros y me quedaba lo fácil, pues el terreno ya picaba hacia abajo o era plano.
Aceleré el ritmo, tomé mi último gel, adelanté al único español que me había dejado atrás (un chico de Navalmoral de la Mata) y me fui a tumba abierta hacia la meta, con fuerza, sin signos de agotamiento, pues había regulado bien y estaba entero, a pesar de los agobios pasados. El recorrido por Atenas es más divertido, porque hay más gente y se corre por avenidas amplias donde puedes disfrutar de la carrera. Pero lo realmente bueno llega al final, cuando se alcanza la plaza de Syntagma y se es consciente que el imponente Panathinaikó te espera, como esperó a Spiridon Louis y los maratonianos de la primera prueba olímpica de la distancia en 1896.
El público ya llenaba las aceras, jaleando a los atletas, que como yo, disfrutaban del momento. El último repechito estaba en el km 41, pero a partir de ahí se gira a la izquierda por una calle en bajada con árboles a los lados y abarrotada de público que son el preludio de la llegada a un estadio que ya se atisba en el horizonte. Apreté los dientes, aceleré, estaba hecho, iba a entrar en el Panathinaikó.
Me emocioné al entrar y enseguida giré la cabeza para intentar ver a Marisa en la abarrotada grada de meta; no estaba, pero la gente animaba sin parar, así que les hice gestos de alegría mientras notaba el suave tacto de la pista negra en mis zapatillas. Por fin vi a Jorge y a Rafa en la grada, con sus banderas y me permití la licencia de esprintar porque podía e iba entero. Crucé la línea de meta con una emoción increíble, mientras veía a Marisa que me esperaba justo pasada la meta. Acababa de terminar mi decimonoveno maratón, el cuarto de 2014, con una marca de 3h18'32'', pero sin duda lo importante es que había completado el Maratón Clásico de Atenas en el recinto más espectacular que he conocido y que seguro, será un recuerdo imborrable en mi vida atlética.
Después de cruzar la meta levanté los brazos y me dirigí a la grada a abrazar a Marisa; os podéis imaginar que en esos momentos yo era un hombre feliz y una vez más, me di cuenta porqué corro.
Empezaba a estar cansado cuando pasé por la media en 1h 38'14'' y empecé a dar vueltas a la cabeza sobre lo que me quedaba, aún la mitad de un recorrido en el que ya habían finalizado los descansos y la carretera seguía subiendo por tramos, que cuando se acababan enlazaban con otra subida. Además hacía calor y humedad debido a las lluvias de los día previos y los fantasmas de Quebec surgieron en mi mente; pensé en pararme, en volver a rendirme, pero no podía hacerlo, no me iba a rendir por segunda vez consecutiva y afortunadamente pude sopesar la situación y darme cuenta que el calor no era tan fuerte como el de Quebec y además la cuesta se iba a acabar el km 31, por tanto, había que echarle valor, seguir y olvidarse del cansancio.
Como el recorrido es lineal y el metro sólo llega hasta el km 28, Marisa y mis amigos decidieron que sería ese punto en el que me iban a animar y así les daría tiempo suficiente para volver al estadio a verme entrar. Yo sabía que me esperaban en ese kilómetro, así que establecí el 28 como primer objetivo y el km 31 como el segundo; había que llegar a ver a mi afición y la diosa Atenea me iba a echar una mano en forma de nubes que me permitieron olvidarme un poco del calor. Entonces decidí tomar mi segundo gel (el primero cayó en el km 20) y mientras lo hacía vi a un chavalín de unos 4 años al otro lado de la carretera con su brazo estirado para chocar palmas; no me lo pensé, me crucé de lado y le choqué los cinco al pequeño heleno, lo cual me supuso un aplauso y ánimos de la gente allí congregada. Esos aplausos me animaron tanto que avivé el ritmo y me fui directo a ver a mi afición, que como siempre, estaban en el lugar pactado con sus banderas y pancartas para darme ese empujón que vale mucho más que cien geles.
Por entonces yo volvía a estar animado, volvía a aplaudir al público y a animar a atletas a mi alrededor y además, sólo faltaban 3 kilómetros de subida; "está chupado Chuli" me repetía una y otra vez.
Llegó el 31 y comenzó una bajada tendida de casi 800 metros en la que empecé a disfrutar de la carrera, a pesar del dolor de mis cuadriceps, que tenían que adaptarse al nuevo perfil. Pero el dolor no importa cuando sabes que vas bien y yo me notaba fuerte, había soportado los durísimos primeros 30 kilómetros y me quedaba lo fácil, pues el terreno ya picaba hacia abajo o era plano.
Aceleré el ritmo, tomé mi último gel, adelanté al único español que me había dejado atrás (un chico de Navalmoral de la Mata) y me fui a tumba abierta hacia la meta, con fuerza, sin signos de agotamiento, pues había regulado bien y estaba entero, a pesar de los agobios pasados. El recorrido por Atenas es más divertido, porque hay más gente y se corre por avenidas amplias donde puedes disfrutar de la carrera. Pero lo realmente bueno llega al final, cuando se alcanza la plaza de Syntagma y se es consciente que el imponente Panathinaikó te espera, como esperó a Spiridon Louis y los maratonianos de la primera prueba olímpica de la distancia en 1896.
El público ya llenaba las aceras, jaleando a los atletas, que como yo, disfrutaban del momento. El último repechito estaba en el km 41, pero a partir de ahí se gira a la izquierda por una calle en bajada con árboles a los lados y abarrotada de público que son el preludio de la llegada a un estadio que ya se atisba en el horizonte. Apreté los dientes, aceleré, estaba hecho, iba a entrar en el Panathinaikó.
Me emocioné al entrar y enseguida giré la cabeza para intentar ver a Marisa en la abarrotada grada de meta; no estaba, pero la gente animaba sin parar, así que les hice gestos de alegría mientras notaba el suave tacto de la pista negra en mis zapatillas. Por fin vi a Jorge y a Rafa en la grada, con sus banderas y me permití la licencia de esprintar porque podía e iba entero. Crucé la línea de meta con una emoción increíble, mientras veía a Marisa que me esperaba justo pasada la meta. Acababa de terminar mi decimonoveno maratón, el cuarto de 2014, con una marca de 3h18'32'', pero sin duda lo importante es que había completado el Maratón Clásico de Atenas en el recinto más espectacular que he conocido y que seguro, será un recuerdo imborrable en mi vida atlética.
Después de cruzar la meta levanté los brazos y me dirigí a la grada a abrazar a Marisa; os podéis imaginar que en esos momentos yo era un hombre feliz y una vez más, me di cuenta porqué corro.
1 comentario:
Enhorabuena Chuli!!! En un día duro, en un sitio duro, has conseguido sacar una gran carrera. Te lo has ganado, lo has disfrutado..... uno más a la saca. Enhorabuena!!!!!!!!!
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