Tengo que reconocer que acudía a Atenas con ciertas reservas al respecto de la organización, pensando que por algún lado iba a fallar. Una vez finalizado el fin de semana maratoniano, no he encontrado sino fallos de muy poca importancia y aciertos a la altura de los grandes maratones internacionales.
Parece que los organizadores del Maratón Clásico de Atenas han decidido aprovechar la peculiaridad de las que hacen gala y eso es que es la única carrera que se disputa entre las poblaciones de Maratón y Atenas, un slogan que se repite una y otra vez en la salida de la prueba; es evidente que hay maratones más espectaculares, con más ediciones y con recorridos más atractivos, pero si quieres rememorar la gesta de Filípedes, no hay más remedio que acudir a Atenas.
Un stand de la organización recibe a los corredores en el aeropuerto para resolver cualquier duda; es una primera toma de contacto que te permite darte cuenta de la eficiencia organizativa, algo que ya se atisbaba cuando realicé la inscripción en una web que ha venido informando de todos los detalles de manera actualizada hasta el día de la prueba.
La feria del corredor está situada en un pabellón nuevo al que se puede acceder con transporte público, aunque usé el taxi, que es bastante asequible en la ciudad helena; son dos niveles de feria, en la que se pueden encontrar muchos stands de productos para el atleta y en el que también se han colado algunos expositores que no vienen al caso; eché de menos la presencia de grandes maratones y de grandes firmas, aunque creo que el tiempo los llevará, pues no en vano, este año la cifra de participantes era de 30.000. Una cifra, que no influye en una recogida rápida del dorsal, atendidos por voluntarios que hablan inglés sin problema y que resuelven cualquier duda; además, te dan una tarjeta con la que puedes usar gratis el transporte público todo el fin de semana y te hacen descuento en las principales visitas turísticas; una gran idea, por cierto.
Pero el gran reto organizativo llegaba el día de la carrera, no por el recorrido en si, sino por el traslado de los participantes hasta la localidad de Maratón, donde se inicia la prueba; la carrera comenzaba a las 9, pero los primeros autobuses se podían tomar desde las 4:30 en cuatro puntos céntricos de la ciudad. Yo no madrugué demasiado y decidí subir en alguno alrededor de las 6 de la mañana (el último partía a las 6:45), de manera que cuando salí del hotel, justo al lado de la plaza Syntagma, el panorama era espectacular, pues miles de personas llenaban la calle en una larguísima cola a la espera de los autobuses; por un momento temí que se iba a desatar el caos, pero no fue así porque los autobuses llegaban a decenas y partían con rapidez en cuanto se llenaban, siempre observados por voluntarios que evitaban que pudiera colarse algún corredor sin asiento. En alrededor de una hora llegamos al centro deportivo de Maratón, donde todo estaba preparado para evitar problemas y aglomeraciones. Una pista de atletismo con gradas era el lugar ideal para cambiarse y calentar, tras un paso previo por los camiones donde podías dejar la ropa en una bolsa especial que nos habían dado con el dorsal. Los baños portátiles eran numerosos, sin apenas colas y además se podía acceder a un pabellón cubierto con más baños y con posibilidad de cambiarse bajo techo.
El speaker repetía machaconamente en varios idiomas que sólo se podía correr entre Maratón y Atenas en esta carrera, mientras iba indicando los tiempos límite para dejar la ropa o para dirigirse a la salida; una salida, en la los cajones eran controlados minuciosamente por los voluntarios y así se eliminaba cualquier posibilidad de picaresca.
Tras el pistoletazo de salida, la carrera discurre por una carretera, un recorrido monótono pero bien asistido, con avituallamiento de agua e isotónicos cada cinco kilómetros y un intermedio de agua y esponjas entre ellos; el agua se da en botella y los isotónicos en vaso. En cuanto al avituallamiento sólido, se ofrece fruta a partir del kilómetro 10 junto al avituallamiento completo y en el km 20 se ofrece un gel. La mayoría de los avituallamientos se despliegan a ambos lados del recorrido.
Los hitos kilométricos son fijos, señales de tráfico que siempre están ahí, aunque se complementan con otros más grandes que pone la organización. Una vez que se entra en Atenas, el recorrido sigue estando cerrado al tráfico por completo y discurre por avenidas muy amplias y con una animación considerable.
La llegada al estadio es espectacular, con mucha gente en las calles y un estadio perfectamente engalanado para recibir a los esforzados atletas. Tras cruzar la línea te hacen andar un rato por la pista, te dan la medalla y un poco más adelante agua, fruta y alimentos sólidos, junto con una manta térmica. Desde ahí, se recorren unos metros vallados hasta la salida, donde pude recibir el abrazo y las felicitaciones de mis acompañantes.
No me atrevería a dar una calificación a esta prueba, pero me ha dejado muy buen recuerdo, uno de los mejores de mis maratones (y ya llevo 19). Si alguno se anima a correr en Atenas, os aseguro que seréis tratados como se debe tratar a un maratoniano: con eficiencia y respeto.
1 comentario:
Update de primera y segunda parte deseando leer la crónica ;)
Buena pinta, y sorprendente, lo que comentas. Habrá que agendar...
Un abrazo!
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