Ayer Japón sufrió el terremoto más fuerte de su historia, que fue acompañado por un tsunami que arrasó una parte de su costa. En las últimas horas las imágenes de la tragedia están dando la vuelta al mundo y al verlas no he podido evitar recordar mi reciente visita a tierras niponas para correr el maratón de Tokio en 2010.
El maratón de Tokio recorre gran parte de la ciudad y varias de sus zonas más emblemáticas. Hoy he podido ver en la televisión algunas de esas zonas, como el Subuya, casi desierto o el edificio del ayuntamiento, donde se da la salida del maratón, lleno de gente que se resguardaba del temblor; también se ha visto a la gente durmiendo en las estaciones de metro, pues se había suspendido el servicio y han tenido que pasar la noche donde han podido. Al ver el caos y la tristeza que embarga al pueblo japonés me he acordado de los días que pasé en ese país, me he acordado de mis guías, me he acordado de la amabilidad de los operarios del hotel, del voluntario al que le di el chubasquero con el que corrí los primeros kilómetros y sonrió, de la runner que me preguntó a mitad de carrera mi procedencia y me dio las gracias por correr en su país, de los voluntarios que me entregaron la toalla y la medalla conmemorativa...
Salvo a los guías no conocí a los demás, pero seguramente todos ellos estén pasando los días peores de su vida. Por eso, desde aquí quiero solidarizarme con su dolor y desearles que poco a poco vayan reconstruyendo su país con la eficacia y el orden que le caracteriza, la misma con la que organizan un maratón a la perfección, una carrera que nunca olvidaré.
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