Faltan cuatro días para que compita en mi noveno maratón. Me encuentro un poco cansado, con molestias estomacales; puede que sea un virus o quizás sean los nervios, como dice Marisa. Quedan pocos días, pero aún hay cosas por hacer, como mi último masaje esta misma tarde, mi último entrenamiento en España, mañana, cortarme el pelo... aparte de prepararme la ropa, las zapatillas y otros elementos necesarios tales como vaselina o medicamentos por si acaso. Hay muchos detalles que no debes olvidar para evitar problemas el día de la carrera.
Paralelamente , sé que hay otras personas que no corren el domingo que también están haciendo sus preparativos (me lo ha chivado Ángela), como suelen hacer cada vez que corro un maratón. Como ya he comentado en algún post anterior, aparte de los que corremos con dorsal, hay otra carrera que disputan por toda la ciudad los familares y amigos de los participantes. Una carrera que no consiste en superar una marca o en llegar en un puesto determinado, sino que tiene como único objetivo animar y apoyar a los esforzados atletas y en particular a los "suyos". El atletismo, es un deporte tan solidario, que todos los espectadores animan a todos los participantes, independientemente de su posición en carrera. Los que corremos sentimos ese aliento metro a metro y eso nos ayuda a continuar, incluso cuando el sufrimiento es más intenso.
En Tokio me acompañaron un grupo de amigos, cuyo papel debo calificar como sobresaliente. En Amsterdam, volveran a ser mis hijos, junto con mi hermana, mi cuñado, mi sobrino y Marisa (que ya va por su noveno "maratón paralelo") los que estarán atentos a lo que haga el domingo por la mañana. No sé que sorpresa estarán preparando, pero sé que sea lo que sea, estará hecho con mucho cariño. Mientras yo preparo la logística de la carrera, ellos preparan bamderas, carteles, pinturas y todo aquello que pueda servir para animarme por las calles de Amsterdam.
Y es que cuando corro, aparte de mi preparación y de mi capacidad de sufrimiento, siempre cuento con otros factores, como las banderas que agitan cuando paso, los careteles animándome, el típico grito de "papi, papi" de Ángela, el "vamos Chuli" de Marisa o la capacidad de Alonso para colarse por donde sólo el puede hacerlo y felicitarme nada más entrar en meta. Sus ánimos, unidos a sus abrazos cuando ya he cruzado la meta, hacen que valga la pena completar los 42,195 Km. Como dijo Serrat, son esas pequeñas cosas que nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve.
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