viernes, 3 de octubre de 2008

Me voy a Budapest


Acabo de llevar a los niños a la ruta, voy a acabar la maleta y tras recoger a los niños del cole, nos vamos todos al aeropuerto. Empieza la cuenta atrás para la carrera y me siento animado porque voy con mi equipo. Un equipo que forman las personas que más importan en mi vida, Marisa, Alonso y Ángela. Siempre me ha gustado que me animaran cuando corro. Suelen verme pasar en dos o tres puntos y me ayudan mucho porque siempre voy pensando cuando volverá a verles de nuevo. En Budapest les será fácil porque el recorrido bordea el río, aunque tendrán que entenderse con los húngaros.
Esta vez vuelven a tener una sorpresa preparada, aunque no sé cual es. De todos los trofeos que me han dado por correr, los que más me gustan son la copa que los niños me dieron en Sanse y la medalla de cartón de París. Acabar un maratón es duro, llegas muy tocado, te duele todo, sobre todo las piernas. La sensación de cansancio es enorme, pero aún hay que hacer un último esfuerzo y recorrer la zona de meta comiendo algo y bebiendo agua. Lo has logrado, pero el dolor te invade. Pero cuando salgo de la zona de meta me espera mi familia y cuando les veo todo cambia radicalmente. Los besos de mis hijos y de Marisa son la mejor terapia que me pueden dar y sólo por eso vale la pena sufrir durante tres horas y acabar un maratón.

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