El próximo domingo volveré a poner en la línea de salida de un maratón, esta vez, en Viena; se puede decir que ya soy un veterano en estas lides y por eso se podría pensar que correr esta prueba se ha convertido en algo casi rutinario para mi, pero no es cierto y si lo fuera, ya hubiera perdido el interés por competir en esta distancia. Llevo veinte maratones completados y puedo asegurar que recuerdo todos ellos con cariño, pues en todos disfruté una gran experiencia , independientemente del resultado final.
Un maratón comienza el día que decides inscribirte en la prueba, a veces con casi doce meses de antelación; a partir de ahí se prepara el viaje y se planifica la preparación. En mi opinión, todas las preparaciones son diferentes, distintas sesiones de entrenamiento, distintos lugares de entrenamiento en algunos casos y distinta meteorología, dependiendo de la época del año, pero en todas las preparaciones me dejado la piel y he intentado esforzarme al máximo, que es lo que me divierte de verdad; no creo que se pueda correr a buen nivel sin esforzarse, ni creo que se pueda correr un maratón sin sufrimiento antes y durante la carrera, porque si no existiera esa voluntad de exprimirse al máximo, esta prueba no sería tan divertida.
Obviamente, los recuerdos más fuertes de mis maratones corresponden al fin de semana maratoniano y por supuesto, a la carrera en si; me gusta palpar el ambiente atlético que se crea en la ciudad durante los días previos en los que identificas a los participantes en el maratón por sus zapatillas, por su atuendo o simplemente porque suelen estar muy delgados. Me he cruzado con corredores de cientos de nacionalidades, he visto el nerviosismo, la ilusión y la emoción por la cita en sus gestos y en su cara. Me encanta visitar la feria del corredor, hablar con la gente de los stands que publicitan maratones, enterarme de los recorridos, de las características de cada prueba, pero también visitar el resto de puestos, de ropa, de geles, de zapatillas, de calcetines... La feria es el punto de encuentro de los corredores en los días previos, el lugar donde recoges con enorme ilusión tu dorsal, tu bolsa de corredor y esa camiseta que lucirás orgulloso unas semanas después corriendo por tu barrio.
Pero claro, el recuerdo imborrable llega el día de la competición; el madrugón correspondiente, la llegada a la zona de salida, los preparativos previos y por fin, el pistoletazo de los jueces y las puesta en marcha de todos los corredores; luego empieza lo importante, intentas poner el ritmo que te interesa, miras tu reloj, los hitos kilométricas, te animas cuando te aplaude la gente e intentas mantener la concentración en las zonas menos animadas.
Además, yo soy un corredor afortunado, porque siempre he estado acompañado durante la carrera, pues Marisa me ha seguido durante mis veinte aventuras maratonianos, acompañada a veces por mis hijos y a veces por mis amigos; alguna vez, echo la vista atrás y me pongo a mirar las fotos de los maratones pasados y veo a mis hijos cuando eran pequeños, con sus pancartas de ánimo o a mis amigos cubiertos con banderas españolas y me emociono, al igual que me emociono cada vez que están esperándome en el lugar pactado previamente y me inyectan ese ánimo que tanto se necesita cuando estás realizando un esfuerzo tan grande.
¿Y que puedo decir de la llegada a meta?, cuando cruzo la línea final y me doy cuenta que he batido mi marca o simplemente he vuelto a derrotar a la distancia de Filípedes; puede que me esté haciendo mayor porque cada vez me emociona más ese momento mágico y aún más el momento en el que me reencuentro con mi familia, en el que me abrazo con Marisa y a mis hijos, o en el que recibo las felicitaciones de mis amigos.
Es evidente que cada maratón es una historia distinta, divertida y apasionante, al menos para mi; por eso corro maratones, porque me permite vivir una nueva aventura cada ocasión y me permite contarlo para todos los que leéis este blog. Espero poder seguir contando mis andanzas durante muchos años, aunque lo que toca hoy, es pensar en Viena, pues en cuatro días estaré corriendo el maratón por las calles de esa ciudad imperial, famosa por ser la ciudad que cruza el Danubio, la ciudad del Prater o de la Staatsoper, donde Mozart estrenó sus más famosas óperas o la ciudad donde se puede degustar la deliciosa tarta Sacher en el hotel que lleva su nombre. Una nueva aventura que os contaré, con pelos y señales, los próximos días.
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