Viena es conocida como la capital de la música, pues, no en vano, en esta ciudad centroeuropea han vivido los mayores genios de la música clásica, como Strauss, Beethoven, Mozart... Seguramente por eso, los vieneses se enorgullecen por tener una gran cultura musical y por contar con una de las mejores orquestas filarmónicas del mundo o por tener la ópera con el programa más variado que se pueda encontrar en los cinco continentes. En este pequeño país centroeuropeo (como ellos mismos dicen) y en particular su capital, se puede escuchar buena música clásica todos los días, en cualquier pequeña sala de conciertos, iglesias, ópera o en su archifamoso Musikverein, donde se celebra el mítico Concierto de Año Nuevo cada 1 de enero. Imagino que muchos estaréis pensando en la relación que tiene el maratón con la música clásica y en realidad yo no había encontrado esa relación hasta el viernes que aterricé en el coqueto aeropuerto vienés y comencé un nuevo fin de semana maratoniano, esta vez en la capital de la música: el Vienna City Marathon.
Sin ánimo de ofender, considero que los vieneses son bastantes antipáticos, por lo general y un tanto prepotentes, pero eso no es impedimento para que sean muy eficientes en su trabajo y eso también se nota en la celebración de un maratón. La organización del Vienna City Marathon está haciendo bien las cosas y eso ha supuesto un incremento anual de la participación, sobre todo de la foránea, que ocupaba de manera visible el centro de la ciudad los días previos a la carrera.
Aunque no estoy de acuerdo con el aumento de la participación de manera artificial (lo explicaré en el siguiente post), hay que reconocer que en los alrededores de la catedral de San Esteban, de la Staatsoper o del palacio imperial, se respiraba ambiente atlético, pues infinidad de runners pululaban de un lado a otro, haciendo turismo antes de enfrentarse a la distancia de Filípedes, el domingo. Es de imaginar, por tanto, que la bien organizada feria del corredor, estaba muy animada, incluso el viernes tarde, cuando acudí junto a la gran Pili a recoger el dorsal. Recorrimos todos los pasillos y todos los stands que había que ver, compramos camisetas conmemorativas y acabamos la tarde bebiéndonos una cerveza sin alcohol bien fresca para poner la guinda a una visita muy divertida y es que a Pili, como a Marisa y a mi, le encanta vivir el ambiente atlético de la feria y en el caso de Viena, vale la pena la visita.
Por primera vez en un maratón, acudí a la la comida de la pasta del sábado, pues se celebrara en el espectacular ayuntamiento de la ciudad. Aunque analizaré un poco más el evento en el siguiente post, el ambiente fue espectacular, con representación corredores de casi cien naciones, música y clases de vals en las que hice mis pinitos con Marisa; como es de suponer, Dios no me ha llamado por el camino de la danza y no pude dejar el pabellón muy alto, pero me tiré al ruedo sin miedo, como buen español.
Satisfecho con el ambiente, tenía que corroborar mis buenas sensaciones el día de la carrera, en la que la animación en las calles no me decepcionó; ya en la salida, mucha gente se acercó al otro lado del Danubio a aplaudir a los participantes, pero donde más se concentraba el público era en el centro de la ciudad, por donde la carrera pasaba dos veces. Como he dicho antes, los austriacos no son la alegría de la huerta, pero había muchos espectadores disfrutando del espectáculo atlético, aunque había que motivarles con gestos para que aplaudieran tímidamente. Por suerte, la organización es consciente de la frialdad de los vieneses y colocó un gran número de animadores por todo el recorrido: bandas de música, majoretes y lo que más me gustó, parejas bailando los famosos valses de Strauss, justo antes de llegar a la ópera.
Obviamente, el color y los gritos de ánimo llegaron, fundamentalmente, del público que sigue a sus atletas, con sus banderas y pancartas que motivan a todos los que corremos; como es habitual, la presencia española era numerosa y se hizo notar, especialmente la de Marisa, que como siempre está al pie del cañón, esta vez junto a mis hijos y la madre de Pili. Su seguimiento de la carrera volvió a ser sobresaliente y es que cuando se tiene una hinchada tan buena como la mía, es mucho más fácil soportar el paso de los kilómetros.
En resumen, creo que Viena es una buena carrera para empaparse de ambiente maratoniano; la organización ha sabido pulsar la tecla que hace atractiva la participación en el evento a todos aquellos que nos sentimos maratonianos.
Aunque no estoy de acuerdo con el aumento de la participación de manera artificial (lo explicaré en el siguiente post), hay que reconocer que en los alrededores de la catedral de San Esteban, de la Staatsoper o del palacio imperial, se respiraba ambiente atlético, pues infinidad de runners pululaban de un lado a otro, haciendo turismo antes de enfrentarse a la distancia de Filípedes, el domingo. Es de imaginar, por tanto, que la bien organizada feria del corredor, estaba muy animada, incluso el viernes tarde, cuando acudí junto a la gran Pili a recoger el dorsal. Recorrimos todos los pasillos y todos los stands que había que ver, compramos camisetas conmemorativas y acabamos la tarde bebiéndonos una cerveza sin alcohol bien fresca para poner la guinda a una visita muy divertida y es que a Pili, como a Marisa y a mi, le encanta vivir el ambiente atlético de la feria y en el caso de Viena, vale la pena la visita.
Por primera vez en un maratón, acudí a la la comida de la pasta del sábado, pues se celebrara en el espectacular ayuntamiento de la ciudad. Aunque analizaré un poco más el evento en el siguiente post, el ambiente fue espectacular, con representación corredores de casi cien naciones, música y clases de vals en las que hice mis pinitos con Marisa; como es de suponer, Dios no me ha llamado por el camino de la danza y no pude dejar el pabellón muy alto, pero me tiré al ruedo sin miedo, como buen español.
Satisfecho con el ambiente, tenía que corroborar mis buenas sensaciones el día de la carrera, en la que la animación en las calles no me decepcionó; ya en la salida, mucha gente se acercó al otro lado del Danubio a aplaudir a los participantes, pero donde más se concentraba el público era en el centro de la ciudad, por donde la carrera pasaba dos veces. Como he dicho antes, los austriacos no son la alegría de la huerta, pero había muchos espectadores disfrutando del espectáculo atlético, aunque había que motivarles con gestos para que aplaudieran tímidamente. Por suerte, la organización es consciente de la frialdad de los vieneses y colocó un gran número de animadores por todo el recorrido: bandas de música, majoretes y lo que más me gustó, parejas bailando los famosos valses de Strauss, justo antes de llegar a la ópera.
Obviamente, el color y los gritos de ánimo llegaron, fundamentalmente, del público que sigue a sus atletas, con sus banderas y pancartas que motivan a todos los que corremos; como es habitual, la presencia española era numerosa y se hizo notar, especialmente la de Marisa, que como siempre está al pie del cañón, esta vez junto a mis hijos y la madre de Pili. Su seguimiento de la carrera volvió a ser sobresaliente y es que cuando se tiene una hinchada tan buena como la mía, es mucho más fácil soportar el paso de los kilómetros.
En resumen, creo que Viena es una buena carrera para empaparse de ambiente maratoniano; la organización ha sabido pulsar la tecla que hace atractiva la participación en el evento a todos aquellos que nos sentimos maratonianos.
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