El sol ya asomaba en la costa coruñesa cuando sonó el despertador a las 6:30 de la mañana; las previsiones hablaban de un buen día, pero también de un incremento de la fuerza del viento a mediad que avanzaban las horas. Intenté no preocuparme y me puse a desayunar tranquilamente en mi habitación, pues en el hotel el desayuno empezaba tardísimo y eso que no era yo el único maratoniano alojado en el lugar. Zumo de naranja, fresas, cereales y bizcocho energético fueron la dieta elegida para afrontar esta carrera. Me tumbé otro rato a descansar mientras que Marisa y los niños se preparaban, ya que habían decidido acompañarme a la salida, a la que acudimos en taxi.
La plaza de María Pita estaba casi desierta a las 8 de la mañana, pero se iba llenando de corredores que deambulaban por la zona a la espera del comienzo del espectáculo; nos fuimos a un bar frente al arco de donde me tomé un café y pasé por el baño cómodamente. El ambiente iba creciendo por momentos pues se acercaba la hora de la verdad, así que me preparé siguiendo el ritual acostumbrado, es decir, vaselina en los pies y otras zonas susceptibles de rozaduras y las tiritas para los pezones, aparte de ajustar bien el chip y comprobar que el dorsal no molesta para bracear.
Hice un calentamiento muy ligero, junto con Alex al que me encontré por allí; estaba tranquilo, con la táctica muy clara y con confianza en mi estado de forma, pero sabía que no iba a ser fácil por dos motivos; el primero el trazado, no tan plano como se vende por la organización, ya que en la parte que discurre por el paseo marítimo, tanto en un extremo, la Rotonda del Milenio, como en el otro, la Torre de Hércules, la carretera se empinaba, ligera, pero constantemente y eso multiplicado por tres vueltas suma seis subidas. El segundo factor ya lo he comentado, el viento, que ya empezaba a soplar de manera ligera, pero que iba a ser determinante a la postre.
Le di un beso a Marisa y a los niños, me coloqué en mi cajón y espere pacientemente que se diera la salida, retrasada por un vehículo mal aparcado; por fin sonó el pistoletazo de salida y me puse en marcha. El globo de las tres horas estaba muy delante de mi y eso que mi cajón era el de las tres horas, pero bueno, me dije, vamos a acercarnos y así lo hice sin forzar, hasta colocarme en el grupo antes de cruzar el primer kilómetro. Sin embargo, el "pacemaker" de las 3 horas no iba a cumplir mis expectativas, porque corría a tirones y tan pronto aceleraba para ponerse a 4'05'', como frenaba para rodar a 4'20''. Sin embargo, mi táctica consistía en seguir al globo y esperar acontecimientos, pero empezar a ver que me fallaba.
Tras salir del centro y meternos en el Paseo Marítimo, intenté seguir el ritmo del globo a pesar de las dificultades; pasé por primera vez por la rotonda del milenio y efectivamente, había que subir, pero el viento aún era ligero y mis piernas podían con eso y con más. Al paso por el kilómetro siete, el globo se va al limbo, es decir, se suelta el atleta que lo porta y deja de ser una referencia útil, sobre todo para los que vamos a la cola del grupo; que curioso, lo mismo pasó en Sevilla en febrero. En realidad me da igual que no lleve el globo, porque decido hacer mi carrera y descolgarme, de hecho, creo que ya me había sacado de punto el ritmo irregular que estaba llevando.
A todo esto, ya había visto dos veces a Marisa y los niños, joder, vaya chollo, porque el circuito me iba a permitir recibir ese empujón extra que te otorga ver a tus seres queridos. Sigo corriendo, el viento sopla y recuerdo lo que siempre me dice Depa, que no me quede sólo cuando sopla el viento, que busque un grupo. Como no hay ningún grupo a la vista, me uno a Xoan, un atleta orensano que lleva un ritmo que me gusta, así que me pongo a su rueda. Con Xoan a mi lado, hago el primer paso por la Torre de Hércules y completo la primera vuelta, con el grupo de las 3 horas a la vista, pero sin preocuparme, porque paso el km 14 el 59'18'', es decir, en tiempo de bajar de tres horas.
Salgo otra vez del centro hacia el paseo y allí, Ángela y Marisa despliegan una pancarta chulísima en la que leo: "Ánimo Chuli"; me vengo arriba, pero a la rueda de Xoan al que le pregunto si le importa que le "chupe" rueda, pero me dice que no. Seguimos juntos y al paso por la media, mi crono me indica que las cosas se ponen difíciles, 1h30'00'', lo que significa que tengo que mejorar la segunda media, pero el viento ya sopla con fuerza y me doy cuenta que bajar de tres horas es una quimera, pero no por eso debo dejar de luchar.
Acaba la segunda vuelta (km 28) y el crono marca 2h00'22'', es decir, he perdido un minuto respecto a la primera vuelta, así que parece que puedo hacer un gran tiempo. Al paso por el kilómetro 30 tomo mi segundo gel (el primero fue en el 24), acelero un poco y veo como se queda Xoan, al que le hago gestos para que lo intente, pero se queda. Me voy solo, a la caza de atletas que se van quedando o incluso grupos de dos o tres atletas; no voy a negar que "recoger cadáveres" me sube la moral, aún más cuando supero a la segunda mujer de la carrera, justo antes de volver a entrar en el paseo marítimo y comprobar que el viento ya está soplando con mucha fuerza.
Sufro para llegar y pasar por última vez la Rotonda del Milenio, donde tomo el tercer gel y puedo ver que ya saco un espacio considerable a Xoan y poco más adelante vuelvo a cruzarme con Alex (con el que me crucé toda la carrera), al que noto un poco desmejorado. Me fijo el objetivo de llegar a la Torre de Hércules y sufro la subida constante que se hace interminable, pero sé que voy bien, pues sigo adelantando atletas e incluso le toca el turno a la primera mujer.
En mi estrategia inicial tenía pensado acelerar a partir del km 37, pero estoy muy cansado y el viento me genera malestar y sufrimiento; pienso en el recorrido y decido acelerar a partir del hotel María Pita, cuando el paseo está más resguardado por las casas a falta de 3km, pero al hacer el último giro el viento apenas me deja correr. Sigo luchando contra el viento, una lucha que ya me ha dejado fundido física y psicológicamente, paso el hotel, no puedo acelerar, el viento no da tregua, pero por fin llego a la parte final y a falta de 2 km incremento el ritmo y hago el último esfuerzo, con fuerza, tanto que el último kilómetro lo hago prácticamente en 4 minutos pelados.
Por fin llego al 42 y disfruto como nunca los últimos 195 metros; el público grita mi nombre escrito en la camiseta, entro en la plaza, abro los brazos y disfruto mi triunfo. Cruzo la meta en 3h0446'', mi tercera mejor marca en maratón, 5 segundos por encima de Moscú, pero en la capital rusa no hubo ni viento ni cuestas. Me dan bebida isotónica, me siento y me relamo pensando lo que he conseguido; he vuelto a correr un maratón a gran nivel, vuelvo a ser un buen maratoniano porque he entrenado bien, he sabido correr sin saltarme la estrategia y le he echado dos huevos para poder con el factor más decisivo de la carrera, el viento. No he bajado de tres horas, ni he mejorado mi marca, pero después de cruzar la meta de la Maratón Atlántica, mi estado sólo se puede definir de una manera: felicidad.
1 comentario:
¡FELICIDADES!
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