lunes, 11 de mayo de 2009

113rd Boston Marathon (3)- La Carrera



Una vez leídos los dos post anteriores, supongo que estaréis pensando si la carrera está acorde con lo demás y lo cierto es que no sólo está acorde sino que ha sido para mi una gran experiencia.
A las 5:30 sonó el despertador de mi habitación. A las 5:45 un camarero me traía el desayuno a la habitación (conseguí desayunar tan temprano después de negociar los días anteriores con la recepción). Después de un poco de fruta y café me vestí, me despedí de Marisa y me fui caminando hasta el Common Park, lugar de donde partían los autobuses hacía Hopkinton. No tardé mucho en subir a uno de los School Bus que transportaban a todos los participantes. Me senté junto a Zack, un bostoniano de unos veintitantos años que iba a correr su primer maratón y cuyo objetivo era acabar. Estuvimos charlando y aparte de hablar de nuestra vida, me contó algún detalle del recorrido, el porqué se celebra fiesta el tercer lunes de abril en Boston y muchas cosas más. Nos despedimos al llegar, quedaban casi tres horas para empezar, pero en las praderas de Hopkinton sólo se respiraba maratón.
Dos enormes carpas se erigían en la gran pradera al lado del High School de Hopkinton. Allí miles de runners ocupaban el tiempo como podían, durmiendo (había algunos preparados incluso con colchones hinchables), charlando, descansando sentados o haciendo cola en los puntos en los que daban café, barritas, bagels... aunque las mayores colas se formaban frente a los numerosos retretes portátiles. Yo pasé el tiempo en esas colas, sentado por ahí y charlando con algún runner, pero se me hizo bastante largo y cansada la espera, a pesar del inagotable speaker que al final resultaba ya cargante. Además la temperatura rondaba los 3º y yo solo llevaba un chandal ligero, por lo que pasé bastante frío.
Se acercaba la hora, así que fui quitándome la ropa y preparándome para la carrera; dorsal, vaselina... y después de dejar la ropa en el school bus, un calentamiento suave hasta la zona de salida. Diez minutos antes de la salida me coloqué en mi "corral", el sexto de acuerdo con mi marca previa. Estaba un poco cansado por la espera, pero también nervioso por lo que me esperaba, a lo que se unía que mi reloj se había quedado sin pilas y tenía que correr sin referencias. Un cantante entonó el himno americano ante el fervor popular y tras una cuenta atrás comencé a recorrer las 26,2 millas más impresionantes de mi vida de atleta.
Los primeros kilómetros discurren por el campo, lo que no impide que a ambos lados de la carretera la gente llene las cunetas y anime apasionadamente. Al completar la primera milla, quedé gratamente sorprendido pues un reloj marcaba el tiempo de carrera y eso se repite en todos los pasos, lo cual me permitió tener alguna referencia de como iba, aunque calculando en millas... Me sentía bien, corriendo relajado y sin tirar demasiado y además el iba controlando el tiempo en cada milla y parecía que la cosa no iba mal. Fueron cayendo los primeros kilómetros y por el kilómetro 5 calculé un paso de 22'30'', por debajo de mis expectativas. Mejoré un poco en el 10, con 44'29'', pero ya por entonces empecé a notar que no era mi día. Sin embargo, el constante ánimo del público no me permitía preocuparme y la carrera seguía sin buenas sensaciones pero con mucha moral. Justo antes de la media, pasé por el primero de los tres High School que se ven en carrera. El griterío era atronador y cientos de adolescentes mostraban a los runners carteles con al leyenda: kiss me, sugerencia que alguno que otro siguió. Yo lo estaba pasando muy bien, aunque no tanto mis piernas que no estaban al nivel esperado, perop eso no importaba en ese ambiente y aún menos cuando adelanté a Dick Hoyt, empujando a su hijo Rick; les animé y sentí una gran emoción pues admiro lo que este hombre ha hecho con su hijo.
Poco después pasaba en 1h 34' 39'' por la media maratón y ya me di cuenta que mi mejor marca no corría peligro en esa carrera. No me desanimé, correr en Boston es demasiado bonito para venirse abajo y más cuando sabía que en pocos kilómetros Marisa y mis amigos iban a estar esperando mi paso. Fue en el kilómetro 25 cuando vi a Carlos con la cámara de video y un poco más adelante los demás: Rafa, Susana, Jorge, Ana y como siempre Marisa, mi mejor seguidora. Eran mis peores momentos, iba muy justito pero les saludé y me dieron fuerzas para seguir. Por entonces estaba casi fundido e incluso pensé en la retirada, pero enseguida disipé ese mal pensamiento imaginando mi entrada por el maravilloso arco de meta que había visto instalar los días previos. Me dije a mi mismo que tenía que llegar fuera como fuera.
Dejé de controlar el tiempo, mi objetivo pasó a ser un finisher, que ya es bastante. A eso me ayudaba el numeroso público con sus gritos de ánimo: go, good job, come on... impresionante la gente de Boston. Pasé por otros dos Hihg School, el primero otra vez lleno de chicas haciendo gestos obscenos que resultaban graciosos, el tercero menos animado. Las millas pasaban, ya estaba en la Heartbreak Hill, menos dura de lo que yo pensaba pero atestada de gente. Me quedaban 6 millas y cuesta abajo. Apreté los dientes y empecé a sentirme mejor, empecé a correr por fin, a sentir que podía con la carrera. Ya se atisbaba Boston, los edificios eran cada vez más altos y cada vez más gente animaba a ambos lados de la calle. Empecé a adelantar atletas, quería acabar bien, sin venirme abajo. Tuve que tomar cuatro sobres de Power Gel, y no sé si me ayudaron decisivamente, pero cuando llegué a la Commonwealth Avenue ya era un corredor con hambre de meta, llevado en volandas por un público entusiasta que se agolpaba en varias filas en las aceras.
La última milla fue espectacular, la gente animaba sin parar, ya reconocía el terreno y sabía que Bolystone Street (donde se ubica la meta) estaba muy cerca. Giré a la derecha y luego a la izquierda, ¡estaba en Bolystone!, me quedaban unos pocos metros donde sentí una euforia mucho mayor que en otros maratones; había sufrido mucho, no iba a hacer un gran tiempo, pero estaba allí, a unos metros de pasar por la línea de meta del maratón más antiguo del mundo, unos metros que me transportaron a la gloria con un tiempo de 3h 18' 34'', un tiempo muy digno para un maratón donde supe sufrir.
Lo había logrado y con esa felicidad interna recorrí esa zona en la que se reponen fuerzas con agua, fruta, barritas... Me pusieron una manta de aluminio encima y un poco más adelante me dieron esa medalla que tanto deseaba. Lleno de felicidad me dirigí a recoger la ropa, la chica se hizo un lío, pero no era momento de enfadarse, sólo quería salir, llegar a la zona de encuentro con la familia y volver a hacer lo que más me reconforta después del enorme esfuerzo: abrazarme con Marisa y contarle en unos pocos segundos lo mal que lo había pasado y lo bien que me sentía después de todo, un poco contradictorio, pero Marisa lo entiende. Os aseguro que volvió a ser el mejor momento de mi sexto maratón.

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