miércoles, 23 de octubre de 2013

Maratón de Munich (3) - La carrera

El despertador de mi teléfono sonó a las 6 de la mañana, después de una noche en la que no dormí tan mal como otras veces; bajé a desayunar lo de siempre antes de un maratón, es decir, fruta, cereales y una tostada, regadas con un café bastante malo. Había varios atletas desayunando a la misma hora y en sus caras se percibían esos nervios que acompañan las horas previas a la carrera. Tras volver a la habitación, cambiarme y despedir a Marisa, me dirigí al metro para llegar con tiempo a la salida; estaba cayendo una finísima lluvia a la que acompañaba una temperatura no excesivamente baja. Teniendo en cuenta que el pronóstico no auguraba agua a la hora de la salida, todo indicaba que las condiciones iban a ser ideales, aunque con un poco de humedad.

Tras recorrer Munich bajo tierra junto a otros atletas, llegué al parque Olímpico, donde ya había un buen número de participantes preparándose; pasé pronto mi cita obligada por el baño y tras ello me cambié en las gradas del estadio, dejé la bolsa en el ropero y comencé a trotar hacia la salida.
No estaba nervioso, más bien concentrado en lo que había planificado con Depa la tarde anterior, salir a 4'15'', no desgastarme en la primera mitad cruzando la media alrededor de 1h30' e intentar incrementar levemente el ritmo en la segunda parte para bajar de las 3 horas. Me coloqué más o menos bien, o eso creía, pero pronto me di cuenta que el globo de las 3 horas quedaba bastante por delante y ya no había manera de acercarse; así que me relajé, escuché el himno alemán  y tras desear suerte a los atletas que me rodeaban, comencé a correr mi decimosexto maratón.
Comencé a un ritmo cómodo, se podía correr a pesar de que me vi obligado a adelantar a muchos corredores, pero enseguida fui colocándome en zonas de corredores que iban a mi ritmo; el globo de las 3 horas estaba a la vista, pero no había prisa, me quedaban muchos kilómetros para alcanzarle y no quería realizar sobreesfuerzos. Los kilómetros iban cayendo de acuerdo a lo previsto, siempre a ritmo de 4'15'' el kilómetro, cumpliendo casi en todos los pasos; iba relajado y sin signos de cansancio cuando "recibí" la primera visita de mis amigos, en el kilómetro 8, dentro ya del English Park, un parque inmenso en el que se entra por el kilómetro 4 y que no se abandona hasta el 17.
El recorrido por el parque se me hizo pesado, no sólo por la escasa afluencia de público, sino porque el camino se estrechaba y el suelo estaba muy mojado, a consecuencia de las lluvias de la noche; el problema es que la frondosidad de los árboles impedía que el sol, que ya lucía en el cielo, secara la carretera, que además de estrecha era un tanto resbaladiza. Eso no me impedía seguir a mi ritmo, metido dentro de un grupo de atletas que marchaban a la velocidad que me interesaba. Al paso por el kilómetro 15, volví a ver a mi "afición" y las cosas seguían rodando bien, ritmo constante, globo a la vista y moral intacta; pero no iba a seguir así...

Por fin salgo del parque, tenía ganas, pero empiezo a notar la pierna derecha cargada, un tanto rígida; es la pierna derecha, la misma donde tuve la rotura fibrilar hace años y la misma que me ha dado algún problema durante la preparación,  pero decido olvidar el tema y seguir como si nada. Pero mi ritmo disminuye, parece que el globo se aleja y aunque intento acelerar, mis piernas no responden y empiezan a caerme segundo de propina en cada kilómetro; cuando paso la media, ratifico que mi maratón se ha ido al garete, 1h31'30'', minuto y medio por encima de lo planeado, casi imposible remontarlo. Está claro, no va a poder ser, me digo, pero tirar la toalla es de cobardes, así que pongo en orden mis ideas y me digo que el nuevo objetivo debe ser bajar de 3h 05' y con esa ilusión continúo corriendo.
Pero la ilusión no basta cuando las piernas no van y mis piernas no sólo no van, sino que la derecha se carga cada vez más, hasta el punto que empiezo a correr con dificultades, alargando menos la zancada para prevenir problemas. No es una sensación nueva, en Amsterdam y en Nueva York me había pasado lo mismo, pero en esos casos me pasó a falta de tres kilómetros para meta y aún esta vez, me queda poco menos de la mitad.
En el kilómetro 26 hay una pequeña bajada, intento ganar ritmo y "zas", dos pinchazos agudos en el isquio me obligan a parar en seco, se acabó; la calle está casi desierta, no hay apenas corredores, estiro, pienso y me digo: "o me retiro aquí mismo o acabo como sea". Pero claro, me conocéis y lo de la retirada no entra en mi ideario, así que tomé como bandera esa frase tan repetida por los atletas: "el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional" y me conjuré para llegar a la meta del Olympiastadion, aunque sabía perfectamente que restaban 15 kilómetros de sufrimiento.

Podía correr, no a un ritmo alto, pero si a ritmo de rodaja, es decir, a ritmo de entrenamiento; tomé el gel que da la organización el km 27 (ya había tomado otro antes) y recuperé un poco las fuerzas, pero cualquier intento por alargar la zancada, acababa en un aviso de mi isquio, que amenazaba con romperse. Al paso por el 30 vuelvo a ver a Marisa y mis amigos, les cuento que estoy lesionado, que voy a intentar llegar, pero que no sé cuanto tardaré. Me adentro en la parte más espectacular de la carrera, pasando por Marienplatz y todo el centro de la ciudad, que está plagada de gente, pero mi paso no es muy glorioso, estoy sufriendo, el isquio cada vez está más cargado y mi ritmo se resiente metro a metro. Me van pasando atletas, pero soy capaz de adelantar a alguno que va aún peor que yo y aunque había decidido pasar de los geles, me tomo uno más a falta de 7 km para aguantar mejor hasta meta.
Obviamente las 3h05' no van a ser posibles, ni siquiera las 3h10', así que nuevo objetivo consiste en llegar sin que me adelante el globo de las 3h15'. Miro al crono y mi ritmo sigue cayendo hasta los 5'/km, pero es suficiente para lograr el objetivo. Los últimos 5 kilómetros son de gran sufrimiento, me arrastro más que correr, fuerzo al máximo unas piernas cargadas, doloridas y contracturadas; no recuerdo una sensación de tanto deterioro físico desde el maratón de Londres, pero ya queda menos, entro en el Parque Olímpico y a lo lejos diviso el majestuoso Olympiastadion, ese donde había soñado una entrada gloriosa, el mismo en el que Mariano Haro hizo una de las carreras más recordadas por la afición española, aunque su esfuerzo no supuso una medalla. Esos pensamientos y la certeza de tener a Marisa y mis amigos dentro, me ayudaron a llegar al estadio y a recorrer unos emocionantes últimos 400 metros, tras cruzar el túnel de entrada y enfilar la contra recta ante con los ánimos de mi particular afición. Llego en 3h13'06'', físicamente roto y moralmente hundido.

No he logrado mi objetivo, no es momento de analizar porqué, habrá tiempo para eso; lo positivo es que he acabado mi decimosexto maratón,  me he sobrepuesto a una lesión y he sabido sufrir para cruzar la línea de meta, sin la gloria de la marca, pero con la satisfacción de haberlo conseguido.


2 comentarios:

Darío Collado dijo...

Aunque ya te lo comenté y también eres un tipo curtido y con mucha más experiencia que yo en estas lides sabes que lo que hiciste tiene un mérito terrible y que vale mucho más que en una marca en condiciones óptimas, físicas y de carrera,
Cualquiera en esa situación abandona y tu sigues adelante y además terminas en un un tiempo bueno para cualquier otro.
Da rabia cuando algo así aparece, me sucedió en Milán, pero también creo que te hace más fuerte y te compromete más con todo esto, te enseña y fortalece para el mañana.

Me quitó el sombrero Chuli.

vredaman dijo...

You did it!
Otra bonita y sufrida experiencia.
Suerte para Sevilla.