sábado, 22 de noviembre de 2008

Mi primer maratón




Todos los corredores coinciden en que el primer maratón es especial y quizás tengan razón, aunque en mi opinión cada uno de los cinco que he corrido hasta ahora ha sido especial y es que un maratón es una carrera distinta a cualquier otra.
El evento que inició mi carrera de maratoniano se produjo un 30 de abril de 2006 y en Madrid, como no podía ser de otra manera. El MAPOMA, carrera mítica para mi desde que mi hermano Viry lo corriera en los 90 en unas increíbles 3 horas y 3 minutos. No era mi objetivo hacer ese tiempazo, ni siquiera acercarme a él; mi meta era mucho más modesta, lo primero, obviamente, terminar y después intentar bajar de las 3 horas y 30 minutos.
Llegué con tiempo a la plaza de Colón acompañado por Marisa y mi hijo Alonso. La temperatura era fresca, pero lo peor eran los nervios que me llevaban acompañando desde la noche anterior. Comencé a calentar tranquilamente pensando en como iba a plantear la carrera. Sabía que no podía salir muy fuerte, pero tampoco excesivamente flojo porque mi meta era acabar, pero corriendo. me coloqué en una modesta posición en la salida y empecé a recorrer la distancia de Filípedes por primera vez lleno de emoción.
Los primeros kilómetros discurrían por el paseo de la Castellana, lo que me permitía correr sin estrecheces. Pasé los primeros 5 kilómetros adelantando atletas, entre ellos uno de mis compañeros del Start2run. las cosas iban bien, un poco agarrotado al principio, pero poco a poco me fui soltando y cogiendo un ritmo cómodo en torno a los 5 minutos el kilómetro. Y entonces llegaron las primeras molestias en la rodilla, en torno al kilómetro 8. No le di importancia pues ya me había pasado en algún entrenamiento, pero comencé a percibir que esta vez no iba a remitir y que iba incrementándose las molestias. En el kilómetro 9 empecé a pesar en la retirada, pues iba prácticamente cojeando y arrastrando la pierna izquierda. Estaba casi hundido, tanto esfuerzo, tanto sacrificio para acabar antes del kilómetro 10. Fue entonces y en medio de mi debate interior acerca de mi retirada cuando escuché a Marisa animándome y a su lado Alonso. Ahí estaban, se habían pegado un madrugón para verme y seguir mi recorrido. Fue entonces cuando tomé la decisión de no retirarme, lo iba a hacer por ellos, no podía decepcionarles después de todo lo que me habían apoyado en los meses anteriores. Al fin y al cabo la rodilla parecía estable así que sólo había dos opciones: o que estuviera equivocado y rompiera, o que siguiera doliéndome hasta el final.
Así que seguí corriendo con la pierna casi tiesa y con un dolor intenso en el lateral de la rodilla. Los kilómetros pasaban y la fatiga aumentaba , pero mi paso por la media (1 h 40') fue bastante digno. Fue al pasar la media cuando escuché un corredor comentar que era entonces cuando comenzaba la verdadera carrera. Pero a esas alturas de carrera mis fuerzas ya estaban bajo mínimos y las piernas comenzaban a dolerme. Para colmo de males, la carrera se adentró por la zona del IFEMA y por allí apenas había gente animando. El sol empezaba a calentar,ya casi no sentía las piernas, así que solo quedaba seguir sufriendo y sumando kilómetros espoleado por los ánimos de los escasos asistentes que apuraba como quien bebe de una cantimplora vacía.
Por el kilómetro 30 volví a ver a Marisa; me preguntó como iba y la respondí que bien, aunque por entonces ya iba al límite. Subir todo el barrio de San Blas fue un auténtico calvario, ya con un calor sofocante que me obligaba a beber cada 2 kilómetros y medio. La pierna iba ya fatal, a juego con el resto del cuerpo, pensé en pararme, pero sabía que no volvería a arrancar... solo quedaba sufrir.
Kilómetro 38, empiezo a bajar la calle Alcalá en dirección a la plaza de toros. Pero ya no tengo piernas para poder acelerar ni en bajada y el sufrimiento es casi igual de tortuoso que cuesta arriba. En ventas veo a Marisa por tercera vez, ya no me pregunta, solo me dice que me queda poco y se lo agradecí, pero aún me quedaba subir a Manuel Becerra y so en el kilómetro 40 era mucho...
En Manuel Becerra me esperaba mi compañera Eva que me ofreció un pedazo de naranja que me comí, claro que en esos momentos me hubiera tomado cualquier cosa que me hubiera dado. A falta de un kilómetro sonaba fuerte el Aleluya de Haendel, pero por entonces mi euforia estaba bajo mínimos y lo único que me movía era acabar por fin el sufrimiento que padecía.
Me habían dicho que se sentía una felicidad enorme al cruzar la meta de tu primer maratón; suena muy bien, pero a mi no me pasó, ni mucho menos. Cuando crucé la meta y me paré, todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo me empezaron a doler. Fue una de las sensaciones mas desagradables que he experimentado en mi vida. Me sentía fatal, no podía estirar y al final acabé sentándome y tras unos minutos levantándome ayudado por una farola. Agua, plátanos, yogures.. fui comiendo todo lo que me ofrecían porque no quedaba ni un gramo de energía en mi cuerpo.
Fuera ya de la linea de meta esperé a Marisa, a la que abracé medio llorando mientras le relataba el sufrimiento padecido. Fue un abrazo muy emotivo, el mejor momento de mi primer maratón. Reconozco que pensé en abandonar la distancia en la hora después de finalizar, pero pronto se me pasó y comencé a planificar mi segunda carrera de 42 km. Creo que una mala preparación y un exceso de confianza me impidieron realizar una mejor marca en esta ocasión, pero me permitieron aprender de los errores.
Mi primer maratón no fue idílico, ni emocionante, ni siquiera lo recuerdo con cariño, pero había que correrlo. Y lo hice sufriendo, luchando durante tres horas y media por lo que sigo luchando: por superarme a mi mismo.

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