domingo, 19 de abril de 2015

Vienna City Marathon (3) - La carrera

No descansé bien la noche anterior al maratón de Viena; estaba nervioso y sin razón, porque sabía que un posible asalto a mi marca era imposible y mi único objetivo era hacer una buena carrera si las piernas me acompañaban, aunque  tampoco era una posibilidad factible, pues sabía que no había entrenado lo suficiente como para hacer un buen registro.
Llegué con Pili a la zona de salida en metro, con tiempo suficiente para cambiarnos, visitar el baño y dejar la ropa en el camión correspondiente; luego, caminamos tranquilamente hasta nuestro cajón donde estuvimos charlando un rato hasta que empezó el jaleo. Empecé tranquilo, sin presión, pero como ya he comentado, había demasiados atletas lentos ubicados en la parte delantera y la carrera se convirtió en un adelantamiento  continuo de corredores, con los consiguientes frenazos, giros y cambios de ritmo que la final se pagan.
A pesar de las dificultades, Pili y yo procuramos ir juntos, aunque nos despistábamos con tanta gente corriendo, sobre todo cuando entramos en el parque del Prater, donde la carretera se estrecha y es aún más complicado correr. Mi ritmo no era muy bueno, alrededor de 4'30'' de media, pero enseguida me di cuenta que no daban para más, me faltaba esa chispa necesaria para poder mantener un ritmo alto sin esfuerzo, así que decidí disfrutar de la carrera sin más.
El atasco de atletas llegó hasta el kilómetro 10 por lo menos, donde empezó a despejarse el panorama un poco porque lo más lentos se habían quedado atrás. Sin embargo, seguían habiendo muchos corredores y Marisa ni siquiera pudo verme en el kilómetro 11, donde me esperaba. Pili estaba fuerte y tiraba de mi casi todo el rato, salvo en contadas ocasiones en las que yo tomaba un poco la delantera, pero mi ritmo no era bueno, notaba cansancio en mis piernas y aunque alternaba kilómetros buenos con otros un poco peores, sabía que la tendencia era ir perdiendo segundos a medida que avanzaba la carrera.
Por el kilómetro diecisiete empiezo a quedarme y veo a Pili alejarse poco a poco, pero era una buena decisión, yo no estaba para más y haberme empeñado en seguirla no me hubiera aportado nada positivo. Por fin llego a la media y muchos corredores acaban su participación, afortunadamente para los maratonianos, aunque los de los relevos nos van a acompañar toda la carrera. Mi paso es lento, 1h36', pero los ánimos de Marisa me hacen ser positivo de cara a la segunda mitad que encaro con ilusión.
Entonces llegan mis peores momentos, ya no veo a Pili ni a lo lejos y empiezo a tener molestias en los isquios que se quejan de falta de descanso. En el km 24 me da un fuerte tirón en el abductor izquierdo, estoy a punto de pararme, pero decido reducir el ritmo y seguir; no quiero caminar y mucho menos retirarme, así que me olvido de las molestias, readapto el ritmo y pienso en mi siguiente objetivo, el km 31, donde volveré a ver a Marisa y los niños.
El km 31 está al lado del precioso estadio Ernst Happel y se llega cruzando, de nuevo, el Prater; vuelvo a ver a Pili, pues me cruzo con ella y calculo que no me lleva tanto, pero no creo que sea capaz de pillarla. Ya por entonces me he tomado mis primeros dos geles, estoy animado y aún más cuando vuelvo a ver a Ángela y a Marisa en una curva; sólo quedan 10 km y mis piernas están bien, lentas, pero bien.
No me gusta cruzar parques en los maratones, pero Viena me ofrece dos tazas, porque el segundo paso por el Prater me parece aún más tedioso, aunque sea un lugar agradable. Por fin abandono la parte verde y quedan 6 kilómetros en los que volveré a cruzar el centro de la ciudad para llegar a la meta. Mi ritmo ya está en torno a los 4'45-4'50'' y me propongo intentar no bajar de 3h18'.
La parte final es la más emotiva de la carrera, el centro está lleno de gente y aunque no animan demasiado, parece que voy en volandas hacia la meta, sin miedo a las molestias ni al cansancio.
Acelero lo que puedo tras el km 40 y acabo casi espiritando en la recta de meta, para conseguir un cono de 3h17'58'', que como me comentó mi amigo Alfredo Varona, es un tiempo muy digno.
Pili me espera detrás de la línea de meta, nos abrazamos, nos felicitamos y comentamos la carrera. Ha caído el 21º maratón, he vuelto a derrotar a la distancia de Filípdes y he disfrutado mucho en el intento. A pesar de la discreta marca, mi balance de este maratón es positivo, pues la experiencia ha sido buena y he disfrutado corriendo esta bonita carrera. Ahora toca descansar y reflexionar sobre el futuro, pero eso os lo contaré en otro post.

jueves, 16 de abril de 2015

Vienna City Marathon (2) - La Organización

La organización del Vienna City Marathon se ha tomado muy en serio, desde hace unos años, el poner a su carrera entre las primeras de Europa. Para conseguirlo, había que hacer bien las cosas, empezando por ofertar un circuito atractivo, un buen trato al corredor e incluso la contratación de figuras como el "semidiós" Gebreselassie hace dos años, que consiguió una valiosa difusión de una carrera no demasiado conocida hasta entonces. La carrera ha crecido, tanto como para que los touroperadores oferten este maratón por todo el mundo, tanto como para atraer atletas de casi cien nacionalidades y tanto como para superar los 42.000 inscritos, aunque en esta cifras se incluyen los participantes en la media, los relevos e incluso las carreras infantiles.
Es cierto, los austriacos han hecho bien las cosas, pero eso no significa que el evento sea perfecto, empezando por el estacazo de 90 euros euros que te clavan para inscribirte y además sin incluir camiseta conmemorativa, por la que hay que pagar 30 euros más. Por este precio, de los más caros de Europa, no es de extrañar que la web funcione como un reloj y que la información a los corredores fluya por mail cada semana. La inscripción es sencilla y la información es constantemente actualizada.
Ya metidos en el fin de semana maratoniano, la organización de la feria es realmente notable; la recogida del dorsal es ágil y sin colas, aunque luego te obligan a dar un paseo entre stands hasta llegar a la recogida de la camiseta. En la feria se puede encontrar la típica información sobre maratones, merchandansing de la carrera y muchos stands con ropa deportiva, productos energéticos y otros gadgets interesantes para corredores; aunque lo que más me gustó, fue el pequeño bar donde te puedes recostar en un pub saboreando un cerveza, sin alcohol, claro.
El sábado acudí a la comida de la pasta, que se celebra en un enorme salón dentro del ayuntamiento; el entorno del evento es impresionante, pero a la hora de la verdad, las mesas con sillas son escasas y toca comer de pie. Todo ello, por el precio de 10 euros, que incluye un plato de pasta con tomate y nada más, porque la bebida se paga a parte a 3,50 euros la pieza. A mi me pareció un timo, a pesar de  que músicos en directo amenizan la comida y de las clases de baile exprés que se ofrecen en un salón contiguo; todo muy organizado, pero muy caro.
Por fin llega el gran día, el domingo y me dirijo a la zona de salida en metro, como la mayoría de los corredores; los vagones van llenos, pero sin agobios porque se han reforzado las frecuencias de los trenes que van a la salida. Se accede fácilmente a la zona de salida, muy amplia, en una avenida donde se sitúan los baños, en número suficiente, y los camiones ropero, aunque eché de menos algún puesto para tomar café o beber agua. Al final de la avenida están los cajones de  salida, donde el control de paso es inexistente, por lo que supongo que la organización se fía del buen criterio de los atletas, si es que previamente se han leído el folleto ilustrativo.
Cuando se da la salida, empiezan los problemas y es que si decía James Bond que el vodka martini ha de estar agitado, no revuelto, creo que cualquier atleta que se precie, debe estar de acuerdo conmigo que se pueden correr varias distancias en una misma carrera, pero mezclar a todos los corredores en la misma a salida es una barbaridad. En Viena se corre maratón, media y relevos de 10k y todos salen a la vez, de manera que en mi cajón había infinidad de atletas  lentos, con diferente objetivo al mío y eso supone estar adelantando atletas un buen rato, por lo menos los diez primeros kilómetros. Además, tras dejar la avenida de partida, la carrera pronto se adentra en el parque del Prater y ahí la carretera es un poco más estrecha el problema se agrava. Con este comentario, no quiero cercenar el derecho de los atletas que quieren correr distancias más cortas, pero en otros maratones que he corrido como Munich o Tokio, las salidas están separadas y la llegada espaciada, para evitar aglomeraciones al final. Tampoco critico que la organización se quiera colgar la medalla de los 42.000 inscritos contando atletas de todas las distancias, pero los corredores merecen un respeto, no sólo por los 90 euros que pagamos, sino porque una carrera popular debe pensar primero en la seguridad y comodidad de los que corren y el resto viene luego.
Una vez pasados los primeros agobios, la carrera discurre por un recorrido que me gustó, plano, con muchas avenidas amplías, pasos por lugares emblemáticos de la ciudad, mucha animación en los laterales y buenos avituallamientos,  con agua e isotónicos cada cinco km a ambos lados y uno intermedio de agua a un sólo lado; un pequeño defecto es que los vasos de plástico no son muy útiles y ya puestos a no ofrecer botellas, deberían dar vasos de cartón que son mucho más fáciles de manejar cuando corres. También hay avituallamiento sólido de fruta y un gel en el km 35.
La llegada es muy bonita, dividida en dos arcos para mayor comodidad y nada más cruzar la línea de meta te cuelgan la medalla y de ahí pasas a la recogida de agua, una bolsa del corredor con avituallamiento sólido y luego por el stand de la cerveza sin alcohol, algo muy de agradecer tras el esfuerzo. Una vez que sales de la zona acotada para corredores, hay un punto de encuentro para familiares y amigos señalada con letras y también una especie de feria con casetas a la que no acudí porque no tenía las piernas para fiestas; para finalizar, la recogida de la bolsa de la ropa es rápida y sin esperas.
Como ya he dicho, el Vienna City Marathon ha puesto el listón organizativo a un nivel muy alto, pero aún le falta mejorar muchos aspectos, sobre todo la salida. El precio me parece muy elevado, pero no sé si achacarlo sólo a la organización, porque está visto que la popularización de este deporte y la entrada, cada vez más agresiva, de tour operadores en busca de negocio, están encareciendo mucho el producto y lo peor, perdiendo el respeto a los participantes en algún caso.

martes, 14 de abril de 2015

Vienna City Marathon (1) - El ambiente

Viena es conocida como la capital de la música, pues, no en vano, en esta ciudad centroeuropea han vivido los mayores genios de la música clásica, como Strauss, Beethoven, Mozart... Seguramente por eso, los vieneses se enorgullecen por tener una gran cultura musical y por contar con una de las mejores orquestas filarmónicas del mundo o por tener la ópera con el programa más variado que se pueda encontrar en los cinco continentes. En este pequeño país centroeuropeo (como ellos mismos dicen) y en particular su capital, se puede escuchar buena música clásica todos los días, en cualquier pequeña sala de conciertos, iglesias, ópera o en su archifamoso Musikverein, donde se celebra el mítico Concierto de Año Nuevo cada 1 de enero. Imagino que muchos estaréis pensando en la relación que tiene el maratón con la música clásica y en realidad yo no había encontrado esa relación hasta el viernes que aterricé en el coqueto aeropuerto vienés y comencé un nuevo fin de semana maratoniano, esta vez en la capital de la música: el Vienna City Marathon.
Sin ánimo de ofender, considero que los vieneses son bastantes antipáticos, por lo general y un tanto prepotentes, pero eso no es impedimento para que sean muy eficientes en su trabajo y eso también se nota en la celebración de un maratón. La organización del Vienna City Marathon está haciendo bien las cosas y eso ha supuesto un incremento anual de la participación, sobre todo de la foránea, que ocupaba de manera visible el centro de la ciudad los días previos a la carrera.
Aunque no estoy de acuerdo con el aumento de la participación de manera artificial (lo explicaré en el siguiente post), hay que reconocer que en los alrededores de la catedral de San Esteban, de la Staatsoper o del palacio imperial, se respiraba ambiente atlético, pues infinidad de runners pululaban de un lado a otro, haciendo turismo antes de enfrentarse a la distancia de Filípedes, el domingo. Es de imaginar, por tanto, que la bien organizada feria del corredor, estaba muy animada, incluso el viernes tarde, cuando acudí junto a la gran Pili a recoger el dorsal. Recorrimos todos los pasillos y todos los stands que había que ver, compramos camisetas conmemorativas y acabamos la tarde bebiéndonos una cerveza sin alcohol bien fresca para poner la guinda a una visita muy divertida y es que a Pili, como a Marisa y a mi, le encanta vivir el ambiente atlético de la feria y en el caso de Viena,  vale la pena la visita.
Por primera vez en un maratón, acudí a la la comida de la pasta del sábado, pues se celebrara en el espectacular ayuntamiento de la ciudad. Aunque analizaré un poco más el evento en el siguiente post, el ambiente fue espectacular, con representación corredores de casi cien naciones, música y clases de vals en las que hice mis pinitos con Marisa; como es de suponer, Dios no me ha llamado por el camino de la danza y no pude dejar el pabellón muy alto, pero me tiré al ruedo sin miedo, como buen español.
Satisfecho con el ambiente, tenía que corroborar mis buenas sensaciones el día de la carrera, en la que la animación en las calles no me decepcionó; ya en la salida, mucha gente se acercó al otro lado del Danubio a aplaudir a los participantes, pero donde más se concentraba el público era en el centro de la ciudad, por donde la carrera pasaba dos veces. Como he dicho antes, los austriacos no son la alegría de la huerta, pero había muchos espectadores disfrutando del espectáculo atlético, aunque había que motivarles con gestos para que aplaudieran tímidamente. Por suerte, la organización es consciente de la frialdad de los vieneses y colocó un gran número de animadores por todo el recorrido: bandas de música, majoretes y lo que más me gustó, parejas bailando los famosos valses de Strauss, justo antes de llegar a la ópera.
Obviamente, el color y los gritos de ánimo llegaron, fundamentalmente, del público que sigue a sus atletas, con sus banderas y pancartas que motivan a todos los que corremos; como es habitual, la presencia española era numerosa y se hizo notar, especialmente la de Marisa, que como siempre está al pie del cañón, esta vez junto a mis hijos y la madre de Pili. Su seguimiento de la carrera volvió a ser sobresaliente y es que cuando se tiene una hinchada tan buena como la mía, es mucho más fácil soportar el paso de los kilómetros.
En resumen, creo que Viena es una buena carrera para empaparse de ambiente maratoniano; la organización ha sabido pulsar la tecla que hace atractiva la participación en el evento a todos aquellos que nos sentimos maratonianos.

martes, 7 de abril de 2015

¿Otro maratón?

El próximo domingo volveré a poner en la línea de salida de un maratón, esta vez, en Viena; se puede decir que ya soy un veterano en estas lides y por eso se podría pensar que correr esta prueba se ha convertido en algo casi rutinario para mi, pero no es cierto y si lo fuera, ya hubiera perdido el interés por competir en esta distancia. Llevo veinte maratones completados y puedo asegurar que recuerdo todos ellos con cariño, pues en todos disfruté una gran experiencia , independientemente del resultado final.
Un maratón comienza el día que decides inscribirte en la prueba, a veces con casi doce meses de antelación; a partir de ahí se prepara el viaje y se planifica la preparación. En mi opinión, todas las preparaciones son diferentes, distintas sesiones de entrenamiento, distintos lugares de entrenamiento en algunos casos y distinta meteorología, dependiendo de la época del año, pero en todas las preparaciones me dejado la piel y he intentado esforzarme al máximo, que es lo que me divierte de verdad; no creo que se pueda correr a buen nivel sin esforzarse, ni creo que se pueda correr un maratón sin sufrimiento antes y durante la carrera, porque si no existiera esa voluntad de exprimirse al máximo, esta prueba no sería tan divertida.
Obviamente, los recuerdos más fuertes de mis maratones corresponden al fin de semana maratoniano y por supuesto, a la carrera en si; me gusta palpar el ambiente atlético que se crea en la ciudad durante los días previos en los que identificas a los participantes en el maratón por sus zapatillas, por su atuendo o simplemente porque suelen estar muy delgados. Me he cruzado con corredores de cientos de nacionalidades, he visto el nerviosismo, la ilusión y la emoción por la cita en sus gestos y en su cara. Me encanta visitar la feria del corredor, hablar con la gente de los stands que publicitan maratones, enterarme de los recorridos, de las características de cada prueba, pero también visitar el resto de puestos, de ropa, de geles, de zapatillas, de calcetines... La feria es el punto de encuentro de los corredores en los días previos, el lugar donde recoges con enorme ilusión tu dorsal, tu bolsa de corredor y esa camiseta que lucirás orgulloso unas semanas después corriendo por tu barrio.
Pero claro, el recuerdo imborrable llega el día de la competición; el madrugón correspondiente, la llegada a la zona de salida, los preparativos previos y por fin, el pistoletazo de los jueces y las puesta en marcha de todos los corredores; luego empieza lo importante, intentas poner el ritmo que te interesa, miras tu reloj, los hitos kilométricas, te animas cuando te aplaude la gente e intentas mantener la concentración en las zonas menos animadas. 
Además, yo soy un corredor afortunado, porque siempre he estado acompañado durante la carrera, pues Marisa me ha seguido durante mis veinte aventuras maratonianos, acompañada a veces por mis hijos y a veces por mis amigos; alguna vez, echo la vista atrás y me pongo a mirar las fotos de los maratones pasados y veo a mis hijos cuando eran pequeños, con sus pancartas de ánimo o a mis amigos cubiertos con banderas españolas y me emociono, al igual que me emociono cada vez que están esperándome en el lugar pactado previamente y me inyectan ese ánimo que tanto se necesita cuando estás realizando un esfuerzo tan grande.
¿Y que puedo decir de la llegada a meta?, cuando cruzo la línea final y me doy cuenta que he batido mi marca o simplemente he vuelto a derrotar a la distancia de Filípedes; puede que me esté haciendo mayor porque cada vez me emociona más ese momento mágico y aún más el momento en el que me reencuentro con mi familia, en el que me abrazo con Marisa y a mis hijos, o en el que recibo las felicitaciones de mis amigos.
Es evidente que cada maratón es una historia distinta, divertida y apasionante, al menos para mi; por eso corro maratones, porque me permite vivir una nueva aventura cada ocasión y me permite contarlo para todos los que leéis este blog. Espero poder seguir contando mis andanzas durante muchos años, aunque lo que toca hoy, es pensar en Viena, pues en cuatro días estaré corriendo el maratón por las calles de esa ciudad imperial, famosa por ser la ciudad que cruza el Danubio, la ciudad del Prater o de la Staatsoper, donde Mozart estrenó sus más famosas óperas o la ciudad donde se puede degustar la deliciosa tarta Sacher en el hotel que lleva su nombre. Una nueva aventura que os contaré, con pelos y señales, los próximos días.